El ataque de pánico

Por Angélica Marchesini

El ataque de pánico se ha instalado en nuestra sociedad. Escuchar que alguien cercano sufre ataques de pánico o crisis agudas de angustia ya nos suena familiar. Bien lo advertimos en los consultorios. El aumento de consultas vinculadas a los antes llamados trastornos de ansiedad nos lleva a intervenir frente a este fenómeno. Según estudios confiables, el pánico afecta a una de cada treinta personas; es una cifra preocupante.

En los manuales de psiquiatría el panic attack se inscribe en la dimensión descripta por el creador del psicoanálisis, Sigmund Freud, en relación a los ataques en las neurosis de angustia. En 1894 Freud había descubierto que los síntomas de referencia pertenecían todos a la expresión de la angustia.

Lo había precedido el neuropsiquiatra alemán Ewald Hecker (1843-1909), el primero en diferenciar entre los llamados ataques y los estados larvados de angustia. No es lo mismo un estado de angustia que una crisis que provoca una discontinuidad: el orden del mundo que regía hasta ese momento se desploma.

Panic attack es una denominación incluida por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría en el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales). Fue desarrollada por el psiquiatra estadounidense Donald F. Klein (New York State Psychiatric Institute). En 1959, cuando trabajaba en el Hillside Hospital, se encontraba repetidamente con un grupo de pacientes extremadamente ansiosos.

El médico los examinaba y no encontraba ninguna anormalidad física. Klein publicó en 1962 sus resultados, separando la clásica neurosis de angustia en ansiedad generalizada y ataque de pánico, esta última como categoría nosológica independiente.

En el momento en que el sujeto accede al pánico no dispone de ningún mecanismo defensivo que vele la angustia. Su inoperancia defensiva lo introduce en un verdadero estado discordante. No siempre estos episodios incluyen una repentina situación de peligro que active una respuesta total del organismo.

Puede ocurrir que el inicio de la crisis no se encuentre asociado a ningún motivo aparente. El miedo es intenso, a veces es desesperación.

En la hipótesis freudiana, la esencia del pánico es precisamente su falta de relación con la amenaza. El pánico no responde a la magnitud del peligro: a veces se desencadena por causas insignificantes, circunstancias que no justifican la explosión del miedo.

La angustia de pánico se caracteriza por la recurrencia espontánea de episodios de angustia extrema, en los cuales la vivencia dominante es la sensación de pérdida de control y catástrofe, acompañada de intensos síntomas neurovegetativos. La persona afectada, sin recursos para manejar racionalmente una situación amenazante, siente vivir una experiencia límite y traumática.

Las crisis suelen duran minutos y ocasionalmente horas, y luego tienden a repetirse o, a veces, a ceder gradualmente. Finalmente, los signos físicos (palpitaciones, dificultad respiratoria, sudor, vértigo) pueden pasar a primer plano, simulando una patología somática.

En general el paciente describe una experiencia aterradora, «la vivencia más cercana a sentir que uno va a morir». La muerte está siempre presente en el pánico, la irrupción brutal del ataque se acompaña con la idea de la propia muerte. Así, muchos afectados, en su primer ataque, llaman al servicio de emergencias médicas, confundiendo los síntomas con un cuadro cardíaco. Luego se someten a estudios médicos exhaustivos para realizar un diagnostico diferencial.

El ataque puede sobrevenir en cualquier momento, y en cualquier lugar. Su presentación intempestiva hace que muchas veces las personas queden en estado de incapacidad, ya que se les hace muy difícil retomar sus actividades cotidianas.

Con el transcurrir de la enfermedad, la necesidad de evitación, por miedo a un próximo ataque, puede hacer que no vuelvan a manejar un vehículo o a salir, y esto se traduce en una disminución de la calidad de vida, y la pérdida progresiva de su lugar en los lazos sociales. Siempre la tendencia es encontrar una causa física para el mal, sin resignarse a admitir una dolencia subjetiva.

Asistimos a distintos sucesos de la época: inseguridad social, incertidumbre, robos, presiones de la vida moderna, inestabilidad económica, un contexto social que se descompone fácilmente, sensación de soledad. La experiencia de la angustia insiste y resiste en el sujeto de nuestro tiempo. Se vive en un estado de ansiedad generalizada, en alerta, bajo el eterno retorno de algo inquietante.

Pero en este estado de cosas no todos sucumben al pánico, y es por ello lícito considerar este fenómeno, sin precedentes en la vida de alguien, como un síntoma de la vida privada. Si bien las culturas producen sus síntomas, éstos se construyen de modo singular en los sujetos.

El encuentro con un psicoanalista indicará al sujeto no sólo un saber, sino una verdad sobre ese fenómeno disruptivo en ese momento de su vida. El sujeto que consulta por pánico generalmente se presenta afirmando: «No sé qué pasa conmigo, he perdido el dominio de mi cuerpo». Una posición desde la que ignora la causa de su cuerpo endeble, le resulta inexplicable. Si demanda atención psicoanalítica constatará que esta práctica funciona para cambiar las condiciones del sufrimiento.

El tipo de escucha ubica al sujeto más cerca de su verdad, y es el recurso para enfrentar lo que no se sabe. Es el saber que se elabora en el análisis, y no el aprendizaje, lo que acompañará al sujeto a franquear el límite de la angustia. No hay un aprendizaje para extinguir el dolor. Las terapias modernas con ejercicios de relajación, programas de reducción de estrés y técnicas de autocontrol son tan prometedoras como ficticias.

Y para el tratamiento de este trauma no es suficiente extraer el estigma «ataque de pánico» de la lista de un catálogo -saber exterior al sujeto-, para inscribir a la persona en una tipología de un nomenclador de trastornos. El psicoanálisis tiene la posibilidad de entablar una relación verdadera con la dimensión de la angustia. Una angustia que se emite con fuerza, y no se puede aleccionar con ejercicios de adiestramiento, ni acallar con medicación.

Por ello es preciso situar esa experiencia de pánico en alguna parte y en un registro distinto del tratamiento farmacológico. La esperanza consiste en que el fármaco quiebre la relación entre el recuerdo doloroso y el pánico, adormeciendo la angustia. Pero la medicación es insuficiente para poner fin a la obsesión de la crisis tan temida, al anuncio acuciante de algo terrible y perentorio. Lo que necesita el paciente es ubicar en su historia de vida las razones subjetivas de aquella manifestación de angustia que apareció en primer plano.

El psicoanálisis puede hacer frente a la contingencia de la angustia; trata, en efecto, de desangustiar. Su respuesta, cuando fracasa la defensa -cuando el sujeto queda a la intemperie, inerme en una posición «sin recursos», en desamparo subjetivo-, es ir a contrapelo de ese dolor subjetivo.

En un mundo de presiones, donde el orden social se construye en base a amenazas, esta patología se evidencia más que en otras épocas. Y es el psicoanálisis el que podría devolver la palabra al sujeto, acercarlo al núcleo de su mutismo, ya que es en ese silencio donde el pánico ha encontrado su existencia.

Notas sobre el acoso escolar, una perspectiva psicoanalítica

La idea de acción lacaniana, introducida por Jacques-Alain Miller, plantea como objetivo la incidencia de la orientación lacaniana en los ámbitos políticos y sociales a través de la política propia del psicoanálisis, que no es otra que la política del síntoma.

La frase de Lacan: «Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época» [1] alude a eso mismo. Como recordaba Miquel Bassols, se trata de una cuestión ética: «Allí donde está la subjetividad de la época, allí el analista debe advenir». [2]

Leer los síntomas contemporáneos a partir de estas indicaciones nos permite situar el estatuto de esos síntomas de otra manera que la propuesta por la psicosociología o el cientificismo al uso.

¿Qué nos enseña, pues, el psicoanálisis sobre el bullying, tomado como fenómeno social actual? Sin ánimo de exhaustividad quisiera plantear algunas tesis verificadas a través de una investigación entre varios publicada recientemente como Bullying. Una falsa salida para los adolescentes. [3]

¿Síntoma o trastorno?

La infancia y la adolescencia son deudoras de un discurso organizado a partir de significantes y modos de goce que las orientan y cuya mutación es evidente. La adolescencia tradicionalmente ha sido un tiempo de iniciación, marcada por sus ritos en una secuencia clásica: separación familiar, exposición a pruebas y asunción de la identidad adulta. [4] La tradición católica tenía un modelo de hacerse adulto: Jesús entre los doctores. La voluntad de obedecer al padre proporciona la dignidad de hacerse mayor y responsable.

La ciencia, sustitutiva de la religión, impuso otro criterio. [5] Estableció una norma según la cual el desarrollo de un sujeto iba de las etapas infantiles (subdesarrollo) hasta las de la madurez adulta. Cada etapa tenía sus exigencias y eso permitía la clasificación, previa contabilización y evaluación exhaustiva de las performances de un sujeto. Las categorías resultantes constituyen clases homogéneas, algunas marcadas por el déficit (TDAH, Mujeres maltratadas, Fracasados escolares, Homeless, TLP, etcétera) y establecidas desde fuera sin que al sujeto se le pida su opinión ni se le haga responder sobre sus impasses con el cuerpo y sus satisfacciones.

Se habla en su nombre y así se las infantiliza obviando su responsabilidad: «De nuestra posición de sujeto –dice Lacan– somos siempre responsables. (…) Ese hombre será allí el primitivo (…) del mismo modo que el niño desempeñará el papel de subdesarrollado, lo cual enmascarará la verdad de lo que sucede de original en la infancia». [6]

El tiempo de duración era un tiempo de latencia necesario para comprender ese nuevo real del cuerpo púber. Hoy ya no se trata tanto de hacerse adulto sino de correr rápido para obtener el máximo beneficio y evitar el pánico de quedarse el último o permanecer al margen. Hoy ser invisible o un pringao es un problema vivido como una tensión que empuja a designar un chivo expiatorio. [7] Se trata de ser el más popu, el más astuto, desinhibido. Ser normal y tener una imagen agradable. En esta carrera hiperactiva se anula el tiempo para comprender, la espera, y de esta manera se comprime la infancia, reduciéndola y apresurándola. No es por casualidad que, según un reciente dato de la ONU, los chicos de 12 a 17 años son el grupo que más porno consume en la red. [8]

Los datos del acoso en primaria (8-10 años) son ya un síntoma de esta prisa, al igual que la epidemia del TDAH. Síntoma de esa pasión por la ignorancia que no soporta la espera, el vacío, el aburrimiento y trata de llenar rápidamente todos los intervalos. Los gadgets anulan el espacio/tiempo, coordenadas de la modernidad, y nos ordenan la vida como si el correr fuera nuestro ideal supremo. Frente a este imperativo surgen los síntomas: lentos, empanados, desatentos, raros. [9]

El bullying o acoso escolar es un síntoma –no un trastorno a eliminar– a leer en esos cuerpos agitados e hiperactivos. ¿Qué habría de nuevo en nuestra época para explicar las formas actuales que toma este fenómeno? Sin ánimo de exhaustividad podemos aportar cuatro causas a considerar:

1. El eclipse de la autoridad encarnada tradicionalmente por la imago social del padre y sus derivados (maestro, cura, gobernante). No se trata tanto de ausencia de normas –»haberlas haylas»– sino de valorar la autoridad paterna por su capacidad para inventar soluciones, para transmitir un testimonio vital a los hijos –a esos que como Telémaco, hijo de Ulises, miran el horizonte escrutando la llegada de un padre que no acaba de estar donde se le espera–, para acompañar al hijo en su recorrido y en sus impasses.

2. La importancia creciente de la mirada y la imagen como una nueva fuente privilegiada de goce en la cultura digital. Junto a la satisfacción de mirar y gozar viendo al otro-víctima hay también el pánico a ocupar ese lugar de segregado, quedar así invisible, overlooked. [10]

3. La desorientación adolescente respecto a las identidades sexuales. En un momento en que cada uno debe dar la talla, surge el miedo y la tentación de golpear a aquél que, sea por desparpajo o por inhibición, cuestiona a cada uno en la construcción de su identidad sexual.

4. El desamparo del adolescente ante la pobre manifestación de lo que quieren los adultos por él en la vida y la subsecuente banalización del futuro. Esta soledad ante los adultos y la vida supone una dificultad no desdeñable para interpretar las fantasías y las realidades que puede llevar al extravío y a la soledad. Entre los refugios encontrados en los semejantes, la pareja del acoso es una solución temporal.

La escena del acoso: cuatro elementos y un nudo

El acoso es un cuerpo a cuerpo en el que participan varios. No es una cuestión de dos (el matón y su víctima) y por tanto no es reducible a una violencia puntual ejercida desde una posición del poder. Hay una intencionalidad agresiva que propone un destino a la pulsión sádica; una continuidad de la escena fija con efectos perdurables y huellas a veces indelebles y un desequilibrio acosador-acosado marcado por la falta de respuesta de la víctima, por su inhibición ante ese acoso.

La escena del acoso incluye al acosador, la víctima, los testigos y el Otro adulto (padres, docentes) que no está pero al que se dirige también el espectáculo. Lo que los embrolla, es la subjetividad y sus impasses, que pasa básicamente por hacer algo con el cuerpo que se les presenta como un imperativo en tanto extraño y altero. Es el «estar rayado» o el «no sé qué me ocurre, es como si estuviera muerto por dentro». [11] El cuerpo se les revela como un misterio, pero un misterio que habla y esa extranjeridad (Otredad) los perturba e inquieta. Lacan lo anticipaba en 1967 cuando, en una de las clases de su seminario, decía: «El Otro, en última instancia y si ustedes todavía no lo han adivinado, el Otro, tal como allí está escrito, ¡es el cuerpo!» [12]

De allí que la acción resulte inevitable y manipular el cuerpo del chivo expiatorio bajo formas diversas –ninguneo (dejarlo de lado), insultos (injuriarlo), agresión (golpearlo)–, sea una solución temporal para calmar la angustia. Para los testigos es crucial no quedar del lado de los pringaos, aquellos designados como chivos expiatorios. La escena del acoso es una escena que daría acceso a un cierto goce del cuerpo del otro a través del grupo. [13] Por supuesto, que hay otras «manipulaciones» como los consumos (drogas, comida), el adelgazamiento o musculación, el tuneado del cuerpo, las conductas de riesgo, la exploración sexual.

¿Crueldad o violencia?

El acoso es, descriptivamente, un fenómeno violento ya que supone forzar al otro, pero es más interesante para nosotros resaltar lo pulsional que conecta la intención agresiva con las demandas del cuerpo. A esa conjunción le llamamos crueldad como un destino que damos a la pulsión sádica.

Reducirlo a violencia complica las cosas y puede resultar engañoso por dos razones a evitar. La primera, que al generalizar el significante «violencia» y equiparar fenómenos muy dispares (violencia de género, guerras, mafias), estigmatizamos a sus autores: «Jóvenes violentos».

La segunda es que en el acoso se trata de una falsa salida temporal. Falsa porque no resuelve el impasse de cada uno con su sexualidad, lo desplaza momentáneamente a otro. Y temporal, porque es algo que va a encontrar luego otro destino a esa pulsión sádica, fuera del acoso. Mejor o peor, pero diferente. No hay casos de acoso pasados los 16 años.

Eso explica la diferente vivencia que tienen los participantes en el acoso. Para la víctima es un traumatismo (troumatisme) que guarda en secreto y deja huella durante mucho tiempo. Una joven acosada durante tiempo, principalmente en los vestuarios, nos comenta cómo se sentía: «Soy el objeto que alguien olvidó en el vestuario».

Para los acosadores y testigos, en cambio, puede ser un recuerdo adolescente más o menos culposo. La rabia es un afecto que encontramos a menudo en los testimonios clínicos y literarios [14] y que pervive durante décadas como el testigo de ese acontecimiento traumático.

¿Por qué callan las víctimas?

El silencio de las víctimas y la ceguera de los adultos (padres/docentes) tienen que ver, sin duda, con el miedo (externo), pero, sobre todo, está ligado a algo más consistente, porque es más opaco y desconocido para todos, algo, sin embargo, muy íntimo. Esa escena pone en juego el fantasma particular y el goce asociado para cada ser hablante. La vergüenza es un afecto habitual entre los acosados que los empuja al mutismo, a veces, para siempre.

Pero, al igual que reflejan los testimonios de muchos supervivientes de la Shoah (Levi, Semprún, Kertész), hace falta un tiempo para que puedan responder de ese suceso traumático. Elegir vivir es una opción que implica callar sobre esa vergüenza de existir.

Cuando alguien no puede responder a la intimidación del otro no se trata solo de diferencia o debilidad –características que lo pueden hacer valioso o sujeto a compadecer. Hace falta un dato más, presente en todos los casos: que no pueda responder porque esa escena le resuena de tal manera que conecta con ese fantasma particular. Lo sitúa en una posición de objeto que le produce horror pero también cierta satisfacción/fascinación inconsciente. Ese goce lo divide de tal manera que lo deja paralizado como al protagonista de la novela de Robert Musil, texto canónico sobre el acoso. El joven estudiante Törless asiste a la escena del acoso a Basini impávido, molesto y al tiempo fascinado. No sabe si es por la crueldad de los acosadores o por la falta de coraje de la víctima.

En casos extremos esa objetalización es tan real que la falta de respuesta puede llevarlos al suicidio cuando la consciencia de ser una mierda o un desecho se les impone por la persistencia de la escena de acoso. El sujeto se capta allí en el momento de su desaparición.

Por José Ramón Ubieto

El pasaje al acto

La médica psiquiatra Adriana Meléndez y el psicoanalista Diego Zerba, quienes junto a otros profesionales dictarán la semana próxima un seminario sobre la temática, adelantan aquí los ejes centrales de un problema silenciado. Motivaciones, el lugar de la familia, el posible contagio, los síntomas.

Muchos amantes del cine argentino recordarán que De eso no se habla fue una película dirigida por la recordada cineasta argentina María Luisa Bemberg. Pero el título puede aplicarse a diversas temáticas que suceden en la vida real. Sin llegar a ser un tema tabú, poco o casi nada se habla de suicidio infantil. La llegada de un hijo renueva las esperanzas de una vida plena cuando los padres desean formar una familia. Y con el niño pequeño la familia atraviesa momentos felices, agotadores y tristes, pero se dan en un marco de una saludable convivencia. Pero cuando las cosas no funcionan la negación está a la orden del día. Y la negación en los padres de los chicos que se suicidan suele ser una característica recurrente y premonitoria de un desenlace trágico.

¿Por qué? “Desde el lugar de la familia porque tiene que enfrentarse con una realidad que es el preguntarse: ‘¿Qué tengo que ver yo con esto?’ Por otro lado, desde el sector del Estado, con la falta de políticas públicas, la inequidad y todos los problemas que se suscitan hacen que se valide el suicidio”, entiende la médica psiquiatra Adriana Meléndez, jefa del Servicio de Día del Hospital Infanto Juvenil Tobar García, docente de la carrera para médicos especialistas en Psiquiatría Infanto-Juvenil de la Universidad de Buenos Aires y también profesora del posgrado Psicoanálisis con niños y adolescentes. El psicoanalista Diego Zerba, también ensayista y profesor adjunto regular en la materia Psicología, del Ciclo Básico Común de la UBA, también tiene su opinión al respecto: “En el plano particular, un padre que pierde un hijo tiene que empezar a preguntarse dónde estuvo hasta el punto en que esta situación se produce porque, efectivamente, el pasaje al acto que, en última instancia, es el suicidio implica que previamente hubo avisos a partir de los acting out, puestas en escena que fueron desoídas”, señala Zerba, quien junto a Meléndez y otros profesionales formarán parte del equipo que dictará el seminario gratuito Los niños se suicidan, organizado por la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino (ver recuadro).

–¿Son muy diferentes los motivos que llevan a los niños a suicidarse de aquellos que impulsan a los adultos?

Diego Zerba: –Esa pregunta amerita plantear el lugar del cuerpo. Cuando el niño jugaba con mayor asiduidad, estas situaciones eran más improbables. ¿Por qué? En la actualidad, con la cultura digital, el niño juega muchísimo menos. Esto no es ninguna novedad, pero sí merece tomarse en cuenta para analizar algunas consecuencias. Los videojuegos no permiten que el niño invente con el jugar. En última instancia, el juguete, en su condición de tal, supone la posibilidad de que el niño invente algo con eso, no un uso ya determinado. Hoy en día, el juguete para niños que está en el mercado, además de estar dividido por franjas etarias, está directamente dirigido para un uso exclusivo y no para que el niño haga otras cosas con eso. En el caso específico de los videojuegos uno encuentra que el niño no juega sino que interactúa. Hay una lógica determinada que se le impone al niño, sin que él pueda hacer mucho con eso, salvo subordinarse. Y ahí es cuando el niño queda, en cuanto a su cuerpo, descolgado de ese anudamiento que le permitía articularse con lo simbólico y lo imaginario. Entonces, en este modo de cultura actual basado en la informática y en el digitalismo es donde el niño está más proclive a caerse. El niño interpela a un adulto, el adulto está distraído y esta posibilidad de caerse de escena está mucho más a la mano.

Adriana Meléndez: Hoy estamos atravesados por la cultura de la imagen. El hechizo de la generación de imágenes nos cautiva y nos integra a ellas sin palabras. Esto tiene serias consecuencias. Por otro lado, estamos atravesando vivencias que antes eran una excepción y hoy son una cotidianidad: pérdida de grupos de referencia y pertenencia, duelos, cuestiones de indefensión. En todas, el denominador común para el niño y el adolescente es el trauma que, a corto o largo plazo, va a dar esta exigencia tan grande para el psiquismo que no puede hacerle frente y acá se produce el quiebre y el pasaje al acto. El pasaje al acto es el fuera de escena que lo conduce a la muerte.

–¿Los niños que cometen un acto suicida desean terminar con su vida o, en realidad, con el dolor que les genera la situación que están atravesando?

A. M.: –Por las experiencias que tuve, muchos pacientes dicen que quieren terminar con su vida. La verdad es que son situaciones muy dolorosas. Que un niño de diez años diga: “Yo no quiero vivir más”, es muy fuerte. Y hay algunos que no lo dicen, que no lo saben pero que todas sus actitudes conducen a eso. Hay chicos que no lo pueden poner en palabras y se manifiestan con los síntomas. Y síntomas que, por ahí, enmascaran ciertas cuestiones porque en los niños no se da quizá como en los adultos que se deprimen, que se tiran. Muchas veces hay excitaciones, son chicos que no paran. Entonces, uno no cree muchas veces que están deprimidos. Y esto es una manifestación de una depresión. Hay otros que sí lo manifiestan. Tenía un paciente que decía: “Yo me quiero morir”. Dejó de comer durante muchos meses para morir.

–¿Cómo aprende un niño qué es el suicidio?

D.Z.: –Yo diría que el niño es aprendido por el suicidio. En ese punto, la posibilidad de decidir en una situación de esas características no es, como se la presenta muchas veces retóricamente, la drástica decisión. Es una caída. En un artículo que escribí planteo que estamos ante una subjetividad que se la denomina: “Los chicos”. ¿Y qué entra en “los chicos”? Muchas cosas: los latentes que ya no lo son y que entran a la adolescencia muy tempranamente y los grandulones que salen de la adolescencia muy tardíamente. Entonces, esa franja enorme es la que uno puede encontrar como caldo de cultivo para esta situación que aparece ahora con cierta frecuencia. Y aparece de una manera curiosa, sobre todo en los adolescentes propiamente dichos: como brotes epidémicos y mucho también en ciudades del interior. Esta cuestión del brote y del contagio, ya desde los tiempos de Romeo y Julieta, la ficción de Shakespeare, es muy importante. Y lo es en el contexto que tanto hemos subrayado sobre el cuerpo en esa franja etaria cada vez más amplia.

–Si hubo un suicidio en la familia, ¿es posible que el niño lo repita no por una cuestión hereditaria sino porque lo aprendió?

A.M.: –Esto se pregunta mucho en psiquiatría: si hay antecedentes. Y se pregunta por la cuestión hereditaria, pero más que nada porque esto no se hereda. Quizá sí la predisposición y ciertas cuestiones caracterológicas. Pero es posible. Además, un niño, si bien no lo sabe, lo sabe. Hay un no decir “dicho”, ese “De esto no se habla” que un niño termina sabiendo.

–¿Es posible que algunos casos se produzcan como un intento desesperado por llamar la atención hacia los sentimientos de maltrato que el niño experimenta?

D. Z.: –El pasaje al acto es la interrupción de la espera, del tiempo de comprender, tomando la categoría de tiempo lógico. Entonces, lo que uno puede observar muchas veces no es tanto el maltrato en el sentido del ataque físico o verbal sino algo mucho más amplio. Por ejemplo, puede presentarse con la indiferencia. La indiferencia es uno de los peores maltratos que se le puede infligir ya no a un niño sino a cualquiera. Eso ocurre muy frecuentemente en estas familias destituidas que hoy encontramos en esta época tan complicada que estamos viviendo.

A. M.: Es el no lugar a ese niño y es un niño desvalorizado. Por eso es importante una consulta temprana porque muchas veces ese niño está pidiendo a gritos que lo miren. Muchas veces estos chicos que se mueren y que no paran, están pidiendo: “Mirame”. Estos accidentes a repetición que tienen están diciendo, de alguna manera: “Me podés perder, mamá”. Consultando es la única forma de prevenir ciertas cuestiones.

–¿Es frecuente que los padres de los niños suicidas padezcan alguna enfermedad mental o no necesariamente una cosa lleva a la otra?

A. M.: –No sé si una enfermedad mental, pero para que un pibe se deprima e intente suicidarse algo tiene que estar pasando con estos padres. Por eso digo que la negación está en no preguntar: “¿Qué está pasando acá conmigo?”. Sí o sí algo está pasando con estos padres.

–¿Puede influir la depresión materna como un estímulo para el pesimismo, la desesperanza y la falta de motivación?

A. M.: –Sí, por supuesto. Es muy común la hiperactividad de los chicos con madres depresivas. Se mueven muchísimo para decirle: “Mamá, levantate, ocupate”. Hay absoluta relación.

–¿Cómo influyen en una conducta suicida la sobreprotección, la permisividad y la falta de autoridad?

D. Z.: –La destitución de la familia como institución instituyente del niño moderno hace que los padres tengan que criar a sus hijos sin ninguna condición estatal que los soporte, como ocurría hasta hace pocas décadas. La responsabilidad de los niños a cargo de los padres o del contexto de crianza que queda a su alrededor es absoluta. Entonces, es una situación muy complicada. Los padres siempre están preguntando a profesionales, a personas supuestamente capacitadas para que los asesoren y no hay lo que en otros tiempos existía: la relación con la familia ampliada, la amplitud de una red social no virtual sino territorial. Eso trae consecuencias en cuanto a la vulnerabilidad de los que están a cargo como adultos de la crianza de los chicos. Ese es un punto muy crucial.

–¿Creen que la escuela es un lugar que debería servir de contención o de llamado de atención a los padres dado que una crisis suicida en la infancia se observa en el rendimiento escolar y en el comportamiento del niño en el colegio?

A. M.: –El lugar de la escuela es fundamental porque es ahí donde se encuentran muchas manifestaciones. El problema es que hay muchos niños en las aulas y, a veces, las maestras no dan abasto. Tengo un paciente que está en una clase con treinta y pico de alumnos. El nene no está bien, en la escuela tienen muy buena voluntad, son continentes pero, de pronto, utilizan estrategias que quizás no sean buenas para ese niño porque lo mandan a un grado a ayudar, a otro grado a ayudar y el niño se transformó en un itinerante que no hace lazo con sus propios compañeros y está cada vez más excluido. Lo ideal sería que puedan conversar interdisciplinariamente con el resto para pautar acciones y para que ese niño pueda reconocerse en ese lugar y con esos chicos y hacer lazo con sus compañeros. Muchas veces, por falta de tiempo o de otras cuestiones no se puede tramitar todo eso. Pero la escuela es un lugar importantísimo. Ahí también se resuelven muchísimas cosas, pero ya sabemos también lo que pasa con la educación. La educación y la salud son las cosas que en este momento están peor y hay mucha falta de políticas públicas en estas cuestiones. Y el hilo se corta por lo más delgado: los niños.

–¿Un niño tratado clínicamente puede curarse o siempre va a ser un suicida potencial?

A. M.: –Creo que puede tener un buen devenir. Pienso que sí. El niño que hace más tiempo que traté fue quince años atrás y está perfecto. Fue el niño más grave que traté y hoy está muy bien. Hoy estudia, se está por recibir de profesor de gimnasia y trabaja.

D. Z.: –Uno de los aspectos que más se ponen de relieve ante toda idea de suicidio es la prevención. En realidad, prevenir un suicidio es imposible porque como pasaje al acto tiene que ver la contingencia más que con la necesidad de una personalidad orientada por ese sesgo. Entonces, lo que sí podemos pensar como prevención es la transferencia. Cuando alguien está en un análisis o en cualquier práctica clínica, incluso educativa, y tiene una transferencia importante con aquel que está realizando esa práctica es muy difícil que se suicide, salvo que el que conduce la práctica en cuestión se corra de la transferencia. Por ejemplo, que se angustie cuando el niño o el adolescente hablan de suicidio. Entonces, llama a los padres, a los maestros, a todos los que tiene a su alcance para que lo atiendan en su propia angustia más que seguir sosteniendo la transferencia, que es lo que puede prevenir, lo único que puede prevenir una posibilidad de suicidio.

A. M.: –Otra cosa que me parece importante es que el profesional que está tratando a ese niño sea artesanal con su paciente. Y que muchas veces salga del propio encuadre y de la propia ortodoxia y busque estrategias nuevas y diferentes. Por ejemplo, los chicos no tienen muchas ganas de seguir el tratamiento a pesar de que haya una transferencia importante. Entonces, se puede cortar y volver en los momentos de crisis. Hay muchas cosas diferentes. Lo importante es que el profesional salga del encuadre y que al pibe le genere ganas, confianza y otras cuestiones. Por eso, nosotros tenemos que poner el cuerpo de otra manera. Con estos chicos la demanda es diferente y nosotros tenemos que generar otras cosas.

–Hay quienes dicen que el que se quiere matar no avisa. ¿Esto es un mito alimentado por cierta ignorancia colectiva?

A. M.: –No puedo hablar de ignorancia colectiva pero es uno a uno: a veces, avisan y, a veces, no. Depende de la estructura de cada uno.

D. Z.: –La contingencia tiene mucho que ver. Es cierto que cuando distintos acting out o la tendencia antisocial orientada a la impulsividad pone en imágenes lo que le está pasando a la criatura y la distracción del adulto en no estar a la altura de ese momento de esperanza, como lo decía  Winnicott, hace que haya una consecuencia más grave: el pasaje al acto.

Entre la confrontación y el goce de acosar

Las situaciones de crítica y choque que suelen surgir en la escuela durante el recreo o en las clases a la vista del profesor, si bien no hacen parte del comportamiento esperado por los educadores y por ello se consideran causal de un llamado de atención por indisciplina, son homólogas al acoso escolar, pero no tienen la misma estructura y por lo tanto para nada son lo mismo. En la misma fenomenología descriptiva del acoso escolar realizada por los pedagogos que se han ocupado de investigarlo, se dice que las acciones agresivas son calculadas, sistemáticas y siempre se dirigen “hacía el mismo blanco, que no hizo nada para ser atacado”.[1] Dicho blanco tampoco hace nada para dejar de ser atacado, pues una acción a este nivel implicaría una iniciativa que sin duda comporta un peligro: la cuestión a calcular es si el peligro de reaccionar es menor al peligro que se corre diariamente mientras no se haga nada.

En la definición que se acaba de evocar, vemos la introducción de cuatro elementos: el cálculo anticipado de dañar al otro, la repetición sistemática del daño, la permanencia del objeto al que se dirige la agresión y su indefensión. En esta fenomenología sin duda hay un goce en juego, bastante evidente en el acosador, pero muy oculto en el acosado. Este aparece como si nada tuviera que ver con lo que le sucede, pues el abuso del que es objeto se liga con un rasgo de indefensión: nada hace  para provocar el acoso y menos para defenderse. ¿Cómo explicar que el agresor se vea motivado justamente por aquello que se constituye en un inhibidor para quienes habiendo legitimado una autoridad han integrado la compasión en sus relaciones sociales?

II

Cuando se dice goce, lo que entra a dominar en la relación del agresor con el objeto gozado ya no es la compasión sino la fascinación pasional por dañarlo en tanto aparece colocado en un lugar de debilidad. Esto se presenta bajo el influjo de lo que Lacan denomina en su texto de Criminología “una creciente implicación de las pasiones fundamentales del poder, la posesión y el prestigio, […]”.[2] Se trata de un empuje a someter que aparece colocado al orden del día en los ideales del discurso del capitalismo, empuje que emparenta este modo de organización social con un totalitarismo disfrazado de democracia participativa. Si en el capitalismo de hoy lo común es que todo aquel que asume un lugar de dirección o de poder desacredite la autoridad y viva a un paso de la criminalidad, la proliferación del acoso que por negar la pauta del Otro en el lazo escolar ¿podemos hipotéticamente colocarlo del lado del goce femenino? Eso que insiste y resiste encuentra en esta desacreditación de lo simbólico uno de sus soportes fundamentales.

La falta de respuesta por parte de la víctima del acoso,  los expertos la explican como un efecto de su fragilidad, indefensión y miedo. El blanco del ataque pasa a ser un proscrito del colectivo por quedar localizado en el lugar del objeto de burla, humillación y acoso. Teniendo en cuenta que el par del niño en la vida escolar, por ser una especie de alter ego fácil de confundir con el ideal del yo tiene un valor cautivador, verse no solo segregado sino también acosado por aquel que de cierta manera le permite situar su relación libidinal con ese mundo escolar, puede tener como efecto ya no saber cómo estructurar su ser en relación a ese lugar en donde transcurre su vida cotidiana.

Dado que el niño ve su ser libidinal “en una reflexión en relación al otro”[3] localizado como ideal del yo, se comprende que al verse acosado se sienta desgraciado y no quiera volver más a la escuela por no saber cómo reconocer sus propios deseos y menos cómo hacerlos reconocer ante los otros. No tener la menor idea acerca de cómo hacer valer lo que quiere, se constituye, a nuestro modo de ver, en la debilidad fundamental del niño acosado.

Desde el punto de vista sociológico, la repetición de las agresiones contra el mismo blanco, se explica por un ejercicio de la fuerza aprovechándose de la  debilidad del otro. Siendo esto indiscutible, dejan sin explicar el aspecto subjetivo del problema, que por no ser visible a primera vista hay que inferirlo. Aquí es cuando tenemos que servirnos de un concepto lacaniano ajeno a la sociología: el concepto de goce.

III

El goce, en tanto se trata de una satisfacción que está más allá del placer de la camaradería, estará encarnado en la escuela por un sujeto que no se presenta sujetado a las representaciones simbólicas que rigen el lazo escolar, sino más bien radicalmente separado de las mismas, como si nada de la normatividad allí vigente lo limitara en tanto no lo representa. Esto  permite afirmar que las tensiones criminales incluidas en la situación escolar se vuelven patógenas, no por el hecho de verificarse una superioridad objetiva del agente y una  fragilidad de la víctima, sino porque a dicha tensión se agrega un goce del cuerpo  asociado al hecho de insistir en mantener a la víctima en un estado permanente de sometimiento.

Del sometido tampoco podemos decir que se ve representado, apenas “podemos afirmar que es a”[4] Del acosador podemos decir que es la ley, se  comporta como si sobre él no hubiera caído la barra del significante que limita su goce. Es por esto que se ensaña en el asedio del otro más débil colocándolo en el lugar de un desecho que está ahí para ser gozado como al Otro le venga en gana.

En el acoso escolar ya no se trata más de una relación fantasmática con el goce que permite mantenerlo relegado a lo imaginario, sino de una relación en la que por intervenir directamente la pulsión “se establece en la dimensión real”.[5] Aquí se trata de la puesta en acto de lo que podría llamarse la otra satisfacción, pues la víctima es reducida a ser un desecho como si de esta manera quien ocupa el lugar del agente pudiera colmarse y ser feliz. Es porque el niño acosador se comporta como si sobre él no hubiera caído la barra de la castración que podemos decir que encarna la anarquía de las pulsiones más elementales, y es así como sus comportamientos, su modo de relacionarse con sus pares en tanto objetos reales de goce, dan cuenta que el medio escolar no está hecho a la medida de todos los niños para que se desenvuelvan felizmente, mantengan entre ellos la distancia conveniente, encuentren allí una guía para la vida y unos significantes que le sirvan de referentes para hacerse  representar.

El concepto de goce nos permite diferenciar la estructura de la relación llamada acoso de la rivalidad imaginaria y de la relación Amo–esclavo, tal como es planteada por Hegel. La relación Amo-esclavo, si bien supone una tensión y también implica un temor, éste no se asocia al horror sino al respeto e incluso al amor. Piensen, por ejemplo, en el temor de Dios. El temor de la víctima del acoso es distinta al temor de Dios por parte del creyente, pues  se emparenta con la expectación ansiosa relacionada con la sensación de ser constantemente acechado, sensación caracterizada por lo que denomina Lacan “terrores múltiples”, que evoca un sentimiento multiforme, confuso, de pánico.

El temor de Dios, lejos de fundar el horror por sus constantes malos tratos, dice Lacan que es soporte de la fundación de “una tradición que se remonta a Salomón, es principio de una sabiduría y fundamento del amor a Dios. Y además, esta tradición es precisamente la nuestra”.[6]  Aquí es notable una cierta función restitutiva y por ello no es posible hablar de violencia así intervenga el poder de uno más fuerte sobre otro más débil, pues la violencia en lugar de fundar aniquila, siembra desolación y descompone.

La dimensión positiva del temor a Dios consiste en que, gracias a su poderío, los temores innumerables a los que está expuesto el ser humano, el miedo de todo lo que ocurre, son reemplazados “por el temor de un ser único que no tiene otro medio para manifestar su potencia salvo por lo que es temido tras esos innumerables temores, […]”.[7] Este temor a realizar la erección de un Otro terrible que podría gozar sometiéndolo de forma despiadada sin duda es fuerte en un hombre de fe, pero la ventaja que tiene relacionarse con esa potencia divina está en que, por un lado, “recubre el horror que existe”[8] y, por otro, no excluye el coraje del creyente.

El niño víctima de acoso es común que aparezca excluido del coraje, es alguien sin agallas, sin valentía, pues al parecer no pocas veces prefiere suicidarse “para descansar” en lugar de enfrentarse al riesgo de seguir viviendo. La repetición al infinito del acoso se ve favorecida por esta posición de cobardía, que abarca el campo sexual porque es común que tampoco el niño sumiso que es acosado tenga la menor idea acerca de cómo aproximarse, de cómo hablar a una niña de su misma edad, que precisamente representa ya para él la alteridad.

Twitter: @JornadasNELima

Notas:

[1] Cléo Fante, “Cómo entender y detener el bullying y ciberbullying en la escuela”, óp., p.13

[2] Jacques Lacan, “Funciones del Psicoanálisis en criminología”, óp., cit, p.137

[3] Lacan Jacques, El seminario, Libro 1, “Los escritos técnicos de Freud”,óp,cit,p.193

[4] Jacques-Alain Miller, Los signos del goce, Buenos Aires, Paidós, 1998, p. 243.

[5] Ibíd, p. 240.

[6] Jacques Lacan, El seminario, Libro 3, La psicosis, óp.,cit,p.381

[7] Ibíd

[8] Ibíd

La Escritura en las Psicosis

“… bajo el nombre de estilo,

se forma un lenguaje autárquico

que se hunde en la mitología personal

y secreta del autor.” Roland Barthes

 

Desde los inicios de la humanidad y durante milenios, la escritura representó una manera de conocer al hombre y la posibilidad de conectarse con otros, creando un lazo social que permite la transmisión de afectos, de pensamientos, de conocimientos, etc. La escritura implica un enmarañado de valores estéticos, lingüísticos, sociales, metafísicos; es al mismo tiempo un modo de comunicación y una forma de expresión, un ejercicio significante de enunciación en el cual el sujeto se ubica de manera particular.

La escritura es el nexo entre la concepción individual del mundo y el mundo. “…históricamente es una actividad articulada sobre una postulación doble: por una parte, es un objeto estrictamente mercantil, un instrumento de poder y de discriminación, una expresión de la más cruda realidad social; y por la otra, un medio de goce, ligado a las pulsiones más profundas del cuerpo y a las manifestaciones más sutiles y más afortunadas del arte”[1].

Hay en la escritura un interjuego entre lo subjetivo y lo social. La escritura es la relación entre la creación personal y la sociedad. Relación de coherencia en tanto la escritura puede desarrollarse respetando y engañando a la vez las convenciones sociales. Tomando nuevamente a Roland Barthes, “son los niveles de cultura, y por ende las distinciones sociales, los que se evidencian por la escritura, no del individuo sino del grupo al cual cada uno pertenece”[2].

La escritura es la expresión de una identidad, representada con la firma y con las distintas formas de escrituras existentes (primitivas, vulgares, refinadas, etc.), y evidencia el estilo inseparable del individuo. El estilo nace del cuerpo y de la historia personal del escritor. No es la consecuencia de una elección, sino lo que se despliega como fuera de toda conciencia, de toda responsabilidad del autor.

“Una escritura no tiene necesidad de ser legible para ser una escritura con pleno derecho. Para entender el texto es suficiente descubrir el corte vertiginoso que permite a quien escribe constituirse, estructurarse y manifestarse sin el apoyo de un significado”. Por medio de la escritura hay una inscripción del sujeto, un compromiso, destinado a superar el tiempo, el olvido, el error, la mentira.

La escritura introduce algo del orden del deseo en la comunicación, porque está implicado el cuerpo mismo. Es decir, que en las experiencias de la “inscripción” pura es el cuerpo el que está comprometido, a veces obligado, a veces gratificado. Se trata de dividir, de rayar, de triturar una materia plana, ya sea papel, cuero, tableta de arcilla, muro. Más allá del sentido, la esencia de la escritura se relaciona con la producción misma, el agrietamiento.

La escritura-lectura se expande al infinito, compromete a todo el hombre, su cuerpo y su historia.

Ya en Freud se puede encontrar el valor de la escritura como expresión del deseo del sujeto, en tanto refiere que los deslices de la misma ponen de manifiesto a aquellos impulsos que deben ser relegados, escondidos a la conciencia, o que directamente provienen de las mismas mociones de deseo y complejos reprimidos. Por intermedio de los deslices en la escritura, según Freud, el hombre deja traslucir sus más íntimos secretos. Estaríamos hablando así de los deslices como formación del inconsciente.

Pero por otro lado, podríamos tomar los deslices como lo que se desliza en el texto sin el consentimiento del autor: su estilo, marca registrada de su singularidad, su modo particular de goce, de aprehensión de lo real. En el discurrir de las palabras algo del deseo se pone en juego, y en la impronta personal, en el estilo del autor, el goce. Articulación entre el deseo y el goce que la escritura misma permite soslayar.

Hay en la escritura, como acto íntimo de emergencia del sujeto, la insistencia de un saber que se reproduce más allá de la voluntad del autor: su verdad. Es sobre esta vía en donde se propone la construcción de un discurso singular sobre la experiencia del deseo humano, en tanto sujeto implicado en sus palabras. Es una apuesta al valor de la palabra en el relato del sujeto y en el relato del texto (el ser hablante se revela sujeto al significante en las diversas producciones escriturarias), en el entrecruzamiento entre la palabra propia y la palabra en su dimensión de marca, de escritura. Relato del autor que posibilita circunscribir, en el acto mismo de la escritura, algo del orden de lo inefable.

 

Taller de Escritura con sujetos psicóticos

Apostamos a la propuesta de escribir con pacientes psicóticos, en tanto algo de esta escritura haga marca. Marca que constituye al sujeto mismo, en tanto representación de sí mismo, que lo nombra “el analista sociológico”, “el comentarista literario”, “el deportista”, etc. Nombre que funciona como sostén y suplencia de la falta del nombre principal, que es el Nombre del Padre.

Es necesario, como dice C. Soler[3], “marcar la frontera entre […] el psicótico mártir del inconsciente […] y el psicótico eventualmente trabajador”. Es decir que es fundamental poner a trabajar la psicosis mediante la construcción de un objeto, escrito en este caso, que identifique a su autor y lo nombre. “Así como el neurótico habla de sus fantasmas, el psicótico trabaja lo real[4]. En el Taller de Escritura cada sujeto encuentra la posibilidad de “trabajar lo real” a través de la construcción de un escrito. Escrito que llega a sostener toda una serie de imágenes que se asocian con el sujeto productor y que dan una consistencia imaginaria en donde falla lo simbólico.

De esta forma es visible que el objetivo del taller no es ocupar los ratos libres, ni el buen pasar del paciente, repitiendo entonces el lugar de objetos al cual se trata de mantener entretenido, sino crear formas propias de funcionamiento, ocupando distintas posiciones o roles en el grupo y permitir para aquellos pacientes con carencias en la socialización un estímulo positivo en función de un reconocimiento posible. No es nuestra función corregir los escritos, ni enseñar a escribir mejor, sino permitir que el “estilo” del paciente se plasme y permita la creación de un sujeto.

Estilo que apresa al goce, acotando la proliferación de los fenómenos elementales, y que posibilita la emergencia de lo propiamente singular.

La apuesta, entonces, es que el sujeto produzca “algo propio”, y así, “se” produzca, en la construcción de un “nombre” que, además, favorezca un lazo social (con la comunidad, la familia y/o lo laboral). El sujeto intenta simbolizar su propio lenguaje a través de la escritura.

 

En el Taller de Escritura de la institución a la que pertenezco se intenta que el sujeto-participante se encuentre con un tema de interés particular, que lo convoque a escribir; el que podrá referirse a vivencias propias, a investigaciones realizadas, a la historia del país, al deporte, a la literatura, etc. Pero siempre reflejará la posición subjetiva de su autor (por la forma, el contenido o por la reacción frente a lo escrito).

Esta escritura queda plasmada en una Revista Anual, la cual circula por la comunidad a partir de la Feria Artesanal en donde se presenta. Y de esta forma, se intenta reconstruir el lazo social dañado.

Leticia S. Pérez

(Texto publicado en el sitio ElSigma.com)

 

Bibliografía consultada

* Colette Soler. El inconciente a cielo abierto de la psicosis. JVE ediciones

* Colette Soler. Estudios sobre las psicosis. Editorial Manantial

* Jacques Lacan. Seminario 9 “La identificación”. Clase 6 del 20 de Diciembre de 1961.

* Riccardo Campa. La escritura y la etimología del mundo. Con un ensayo de Roland Barthes. Editorial Sudamericana

* Sigmund Freud. Obras Completas. Cinco conferencias sobre psicoanálisis. Tomo XI. Amorrortu editores

* Varios autores. Los Bordes en la Clínica. JVE ediciones

 

Notas

[1] Roland Barthes. “Variaciones sobre la escritura” en La escritura y la etimología del mundo. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1989. Pág. 12

[2] Idem. Pág. 24

[3] C. Soler. El trabajo de la psicosis en Estudios sobre las psicosis. Edit Manantial, Pág. 16

[4] Ernesto Pérez. Los cuatro discursos y Hospital de Día en Los Bordes en la Clínica. JVE ediciones. Pág. 132

Lo creativo al rescate de la subjetividad

“El hombre es el artesano de sus soportes”

Lacan (Seminario VII)

      En la actualidad vemos en la clínica adolescentes que plantean dificultades en los tratamientos, ya que se presentan como resistentes a ser tratables o abordables por la palabra. A veces se diagnostican como psicosis, a veces como neurosis graves, otras como perversión, o está la salida borderline, patologías del narcisismo o patologías del acto.

Son sujetos que, al no poder alcanzar la carrera de consumo-desecho-consumo-desecho que nuestra sociedad contemporánea les ofrece, quedan identificados a lo descartable, a lo que en psicoanálisis nombramos como objeto “a”. El efecto final de estas patologías que producen estrago de la subjetividad es la segregación. Se trata de patologías donde se produce la exclusión del Otro, en tanto Otro social. Y en ese sentido se emparientan con las psicosis, donde el sujeto tiene que arreglárselas con el retorno de lo real y realizar alguna ortopedia de la función fallida.

Podemos decir que el sujeto ha llegado al punto de visualizar que el Otro está barrado y es inconsistente, entonces no lo acepta; y no sólo eso, no lo acepta y a veces lo ataca, quedando así por fuera del lazo social.

Una posible forma de trabajo individual para estos jóvenes (cuya edad puede ir desde los 12 o 13 años hasta los 30-35 años), está orientada a organizar talleres unipersonales donde cada paciente encuentre “un” lugar. El taller es así el marco creativo donde cada uno tiene su oportunidad de construir algunas marcas que le permitan re-constituirse como sujetos. No se trata de trabajar en el sentido de un entretenimiento, sino de enganchar el interés de cada sujeto y desarrollarlo a través de la inscripción de lo que no está. Es un espacio donde a través de lo creativo en sus diferentes manifestaciones artísticas (escritura, dibujo, música, etc.) el sujeto se encuentra con algo de su singularidad.

Los sujetos puestos a trabajar producen objetos que los representan, y en este camino se producen marcas que sostienen al sujeto[1]; es decir, se intenta constituir un sujeto sintomatizado, que tiene problemas con esa producción. Porque con ella ha fijado goce y se ha unificado como sujeto.

Se ofrecen posibilidades de trabajo con los más variados elementos (trazo, pintura, música, audiovisuales, movimiento u objeto) hasta captar cómo algo del paciente se engancha en “eso” (momento inaugural de apertura subjetiva), dejándolo hacer hasta entender qué hace, y en ese momento le devuelve en el mismo registro una respuesta. Se trata de crear las condiciones para que la palabra dada y la palabra escuchada tengan todo su valor.

Depende de qué alojamiento se dé al paciente, y en qué Otro del significante, para el planteamiento de un tema futuro que podría ser la posibilidad de inicio de un tratamiento por la palabra o la internación. La cadena significante que ofrece Susana es distinta, apunta a la reinserción social y no a la psiquiatrización. El taller provee los significantes de la alienación social (entendiendo a la misma como proceso necesario para la constitución subjetiva)[2], pero al mismo tiempo toma en cuenta la singularidad del sujeto que está en juego. ¿Cómo? desde el inicio, pensando de qué manera cada paciente desarrollará “algo propio”.

 

Leticia S. Pérez

 

[1] Tomando como referencia al Seminario VII de Lacan, sobre la sublimación

[2] Seminario XI, sobre procesos de alienación-separación

¿Que nos ofrece el psicoanálisis hoy?, parte 1

Ps. Carolina Vignoli

La salvación por los Desechos (Puntuación del texto de J-A Miller)

Es un texto de Miller que toma una cita de Paul Valéry. Es con esta fórmula, la salvación por los desechos, que él define el surrealismo, la vía escogida por el surrealismo; La vía, en el sentido de camino. Es también el modo de hacer, de colocarse, de deslizarse en el mundo que es el discurso.

Pero es aún más acertado decirlo de Freud. Él prometió la salvación por la vía de los desechos. El descubrimiento freudiano, que fue el de los desechos de la vida psíquica, esos desechos de lo mental que son el sueño, el lapsus, el acto fallido y más allá, el síntoma. El descubrimiento también de que, de tomarlos en serio, y si les presta atención, el sujeto tiene la oportunidad de lograr su salvación. (Miller)

El término ;salvación -que tiene resonancias religiosas- sirve para indicar que no se trata sólo de una cuestión de salud, de curación, sino que a través del síntoma se puede elucidar una verdad, un saber y una satisfacción. Lo cual no puede ser reducido meramente a una curación y a la restauración de una supuesta normalidad (Gorostiza Leonardo). Lo cual nos diferencia del ímpetu de curar que tienen las disciplinas de la salud mental; o la pura psicología.

La salvación por los desechos se opone a la salvación por los ideales;. Y en este sentido, cabría oponer la chifladura de cada uno al ideal de la salud para todos;.

Esa es la vía que Freud abrió más allá de los ideales de curación.

Salud Mental y desigualdad social: materiales para una discusión, parte 3

¿Sabéis cual es la diferencia entre los ricos y los pobres? Los pobres venden droga para comprarse unas Nike mientras que los ricos venden Nikes para comprar droga. Los políticos ya no controlan nada; es la economía la que gobierna.

El marketing es una perversión de la democracia: es la orquesta la que manda sobre el director. Son los sondeos quienes deciden la política, las encuestas las que hacen la publicidad, los «panels» los que eligen los discos que suenan por la radio, los índices de audiencia los que hacen la televisión.

El reino de la mercancía implica que esta mercancía se venda: tu trabajo consiste en convencer a los consumidores de que elijan el producto que se gastará más deprisa. Los industriales lo denominan programar la obsolescencia….
Hasta aquí la cita, es iluminadora y al mismo tiempo abrumadora. El capitalismo y sus objetos caducos, no es tanto el problema como los efectos en la vida cotidiana para los sujetos, en cuanto los mismo devienen objetos de las deudas de la educción, del supermercado, de las grandes tiendas, porque ya no se trata solo de objetos del mercado, sino también las deudas mismas contraída son valorizadas y vendidas. Es la globalización y su arrasamiento de las particularidades, en que surge un nuevo sujeto, el consumidor, y la defensa del mismo con las agrupaciones de consumidores.

Todos pueden consumir, incluso lo que no pueden pagar, porque compran vía crédito pagando varias veces el valor.

Sobre la Salud Mental, Parte 1

La definición de la OMS de salud mental: “estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad. La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.

Una de las primeras cuestión es que surge como interrogante en esta definición, es la dimensión individual, en tanto se pone el acento en él, sustrayendo al contexto en que se inscribe, supone la adaptación y el aporte a la comunidad, a lo social.

Como sabemos un contexto adverso puede enfermar, ejemplo de ello son las famosas enfermedades laborales, el exilio, un contexto político, económico, etc. Esta definición de salud mental se resta de la historia, y la posibilidad de situar efectos de la cultura, la economía, la política como adversas para una comunidad. No permite situar la historización de un sujeto con otros.

Claramente se sostiene en la idea de que el sujeto se oriente hacia un bienestar, la pregunta evidente es de qué bienestar se trata, qué o quién lo define. Pareciera ser que se trata del bienestar de la buena adaptación del individuo al ideal de la época. ¿Habría que orientar la clínica hacia ese ideal? ¿Orientar a los sujetos hacia lo que se supone como bien para todos?.

Cuando escribo esto pienso en la novela de Richard Yates & La vía revolucionaria, un título sugerente y al mismo tiempo sarcástico, un pareja sueña con dejar la vida que llevan que al mismo tiempo es lo que se supone que toda familia quisiera alcanzar, un trabajo estable buenas remuneración, una joven y bella pareja, hijos, amigos, buenos vecinos, cierta sensibilidad artística, la casa más bonita del barrio.

Sin embargo, se desencadena un sufrimiento larvado que termina en la muerte. Cómo entender que a pesar de vivir en este ideal cultural, todos iguales, para todos la misma satisfacción, el mismo tipo de vida, ese para todos fracasa.

Lo contemporáneo, como ya es sabido, en cuanto se ha hecho algo natural, y quizás ahí su efectividad, se sostiene en la lógica del consumo, lo individual, ideal de éxito personal, que encarna toda su potencia en lo que el psicoanálisis ha llamado superyo, y todo el sadismo que este comporta. El superyo, siempre quiere un poco más, empuja al goce.

Mientras más terreno se le da más quiere avanzar. Lacan ha dicho que el único culpable es el que ha cedido en su
deseo. Esto se extrae de la clínica actual y es muy fácil de encontrar, un deber gozar, algo de ideal del bienestar ligado
al deber ser feliz, deber disfrutar. Una viñeta clínica de un paciente: Todos en su familia disfrutaban del viaje soñado a Estados Unidos, el viaje ideal para todo niño » yo sabía que tenía que disfrutar y no podía, se me venía la idea de que tenía que asombrarme, tenía que sorprenderme y me angustiaba.

Lo que esta viñeta nos enseña es: lo que es para todos, no necesariamente lo es para uno.

Salud Mental y desigualdad social: materiales para una discusión, parte 2

Un extracto de la novela:

Me llamo Octavio … Soy publicista: eso es, contamino el universo. Soy el tío que os vende mierda. Que os hace soñar con esas cosas que nunca tendréis. Cielo eternamente azul, tías que nunca son feas, una felicidad perfecta, retocada con el PhotoShop. Imágenes relamidas, músicas pegadizas. Cuando, a fuerza de ahorrar, logréis comprar el coche de vuestros sueños, el que lancé en mi última campaña, yo ya habré conseguido que esté pasado de moda.

Os llevo tres temporadas de ventaja, y siempre me las apaño para que os sintáis frustrados. El Glamour es el país al que nunca se consigue llegar. Os drogo con novedad, y la ventaja de lo nuevo es que nunca lo es durante mucho tiempo. Siempre hay una nueva novedad para lograr que la anterior envejezca. Hacer que se os caiga la baba, ése es mi sacerdocio. En mi profesión, nadie desea vuestra felicidad, porque la gente feliz no consume.

Vuestro sufrimiento estimula el comercio. En nuestra jerga, lo hemos bautizado «la depresión poscompra». Necesitáis urgentemente un producto pero, inmediatamente después de haberlo adquirido, necesitáis otro. El hedonismo no es una forma de humanismo: es un simple flujo de caja. ¿Su lema? «Gasto, luego existo. » Para crear necesidades, sin embargo, resulta imprescindible fomentar la envidia, el dolor, la insaciabilidad: éstas son nuestras armas. Y vosotros sois mi blanco.

Interrumpo las películas que estáis viendo en televisión para imponeros mis marcas. Os machaco con mis eslóganes en vuestras revistas favoritas. Estoy en todas partes. No os libraréis de mí. Dondequiera que miréis reina mi publicidad. Os prohíbo que os aburráis. Os impido pensar. El terrorismo de la novedad me sirve para vender vacío. Yo decreto lo que es Auténtico, lo que es Hermoso, lo que está Bien.

Elijo a las modelos que, dentro de seis meses, os la pondrán dura. A fuerza de verlas retratadas, las bautizáis como Top-Models; mis jovencitas traumatizarán a cualquier mujer que tenga más de catorce años. Idolatráis lo que yo elijo. Cuanto más juego con vuestro subconsciente, mas me obedecéis. Si canto las excelencias de un yogur en las paredes de vuestra ciudad, os garantizo que acabaréis comprándolo. Creéis que gozáis de libre albedrío, pero el día menos pensado reconoceréis mi producto en la sección de un supermercado, y lo compraréis, así, solo para probarlo, creedme, conozco mi trabajo.

Vuestro deseo ya no os pertenece: os impongo el mío. Os prohíbo que deseéis al azar. Vuestro deseo es el resultado de una inversión cuyo importe está cifrado en miles de millones de euros. Soy yo quien decide hoy lo que os gustará mañana.

¿No resulta espantoso comprobar hasta que punto todo el mundo parece considerar normal esta situación? ¿Qué le voy a hacer si la humanidad a decidido sustituir a Dios por productos de gran consumo?

La publicidad consiguió que Hitler fuera elegido. La publicidad se encarga de hacer creer a los ciudadanos que la situación es normal cuando no lo es.

Ps. Francisco Pisani