A merced de la contingencia

A merced de la contingencia

Por Jacques-Alain Miller

El ejercicio de Miller, apoyado en el de Lacan, que a su vez toma elementos en Freud, es el de  construir armazones para explicar, rodear la inconsistencia humana. Lo real aparece como categoría lógica en un modelo que toma distancia de lo propiamente «psi», realidad o «neuro». En cierta manera, está más cercano a lo «bio», por el tema de la vida. Pero la cosa no termina acá, porque la causa lejos de ubicarse como necesidad está en la contingencia ¿necesaria contingencia? Un escrito que vale para ser leído.

Sobre las huellas de un real que sería propio del inconsciente, Lacan procede por la vía de la identificación. Las fórmulas de la sexuación son efectivamente las fórmulas de la identificación sexual primordial. Y si hay dos identificaciones sexuales primordiales, es en la medida en que no hay relación sexual. Identificación sexual viene al lugar de relación sexual, en tanto que no la hay.

La relación sexual está aquí en el lugar de la falla marcada con la sigla: $

Lacan ha construido esta relación sexual de tal manera que sería imposible escribirla. ¿Cuál es el camino que lo ha conducido a caracterizarla de ese modo? Digamos que se inscribe en la perspectiva de extraer lo real a partir del lenguaje. Al considerar la función de la palabra y el campo del lenguaje propios del psicoanálisis ¿en qué medida hay allí un real?

Esta perspectiva ha conducido a Lacan a privilegiar la disciplina de la lógica matemática, y más precisamente las demostraciones de imposibilidad. Por la lógica matemática, existe la producción de una necesidad propia al discurso. Para Lacan, es entonces posible hacer de la lógica un arte de producir una necesidad de discurso, pero esta necesidad es correlativa del tropiezo sobre los imposibles, susceptibles desde ese momento de asignar lo real.

La tentativa de Lacan se inscribe entonces, en la perspectiva del pasaje de lo simbólico a lo real. Señalemos que este pasaje en la lógica matemática, no corresponde a la medida, a la cantidad y al número. Es de un orden absolutamente diferente. Si Lacan le otorga una tal importancia a la topología, es en la medida en que se trata de una geometría desprovista de medida, y en tanto tal, ella demuestra que se puede hacer ciencia en un espacio que no es métrico.

Cuando Lacan apeló como recurso a la lógica, le fue necesario justificar detenidamente el recurso a la escritura, que es otro modo del lenguaje que el de la palabra. Dio una vuelta por el japonés y el chino, para introducir en el campo del lenguaje una función que no era la de la palabra, precisamente porque lo real susceptible de ser liberado por la lógica matemática, es un real emparejado con la escritura y no con la palabra.

Este privilegio acordado a lo real que surge del lenguaje vía la escritura, es fuerte, a tal punto que Lacan podía decir por ejemplo, que lo biológico no es real especie de cuchillada con respecto a las pretensiones de las ciencias de la vida psíquica fundadas sobre lo neurobiológico.

Hay allí un uso del término real, que le permite decir que lo biológico no es real, a saber, como lo dice en el
Seminario 19 que aparecerá próximamente-, que no es más que «el fruto de la ciencia que se llama biología». Lo real es otra cosa, a saber, lo que está en relación con la función de la significancia, con el campo del lenguaje.

Es en esta vena que Lacan ha comenzado –cito su palabra- a escribir como en matemática la función que se constituye por el hecho de que existe el goce sexual. El forzamiento inicial de Lacan para introducir la función de la escritura en el campo del lenguaje, es la escritura del goce sexual bajo la sigla gran Phi, que vale como función de una variable marcada pequeña x: Fx. Por cierto, va a utilizar los medios existentes en la lógica, tales como los cuantificadores, como el para todo x: «x, y el existe un x: $x.

Los transformará invirtiéndolos, del lado mujer, escribiendo A y E en su texto «El atolondradicho». Pero el forzamiento esencial es el de hacer pasar el goce sexual a la escritura: Sin duda hay allí una relación con la biología, pero no con la neurobiología. La relación se establece con el «bio» de biología, dicho de otra manera, lo que concierne a la vida y no supuestamente la cognición.

El ser hablante tiene que ver con la biología, en la medida en que está en relación con aquello que lo soporta como viviente. Lacan no ha retomado el término freudiano de libido, al cual, en algunas partes, se lo puede hacer equivaler al de goce. Lo que aísla con el término de goce, es algo que no es del orden de esta actividad armoniosa que llamaríamos actividad psíquica.

Si Lacan aisló la palabra goce, es porque este término es en sí mismo el índice de un disfuncionamiento absoluto. El goce del que habla, es él mismo una relación perturbada del ser hablante con su propio cuerpo. Lacan hace pasar este goce como goce sexual a lo escrito, en el sentido en que el sujeto tiene relación más bien con este goce que con el partenaire. En la ocasión, lo podemos calificar de sexual, pero es en la medida en que hace más bien barrera a la relación que habría entre los sexos.

Como lo expresa Lacan: La relación es con gran Phi más bien que con el partenaire. Por ello el goce sexual es marcado siempre con comillas, como para hacer entender que no hay goce que esté especificado por el binarismo sexual. Esto quiere decir que no hay actividad de goce. El goce se lo conoce en el psicoanálisis, bajo las especies del sujeto barrado: $. Es decir que se lo conoce bajo la forma de la falla, del tropiezo, del fracaso. S barrado, S se inscribe desde ese momento en el lugar del símbolo J del goce, que Lacan jamás escribió –sólo una vez en el Seminario 20- pero del que me he servido a veces en este curso. La S viene al lugar de lo que sería el goce de la actividad de goce.

No conocemos la actividad de goce más que bajo la forma de lo que está fallado y de lo que precisamente está oculto. Reencontramos allí, en este final de la enseñanza de Lacan, el valor dado al sentido. Lo que trabaja la última enseñanza de Lacan, y abre sobre su ultimísima enseñanza, es la relación de este goce intrínsecamente disfuncional con el sentido.

El «no hay relación sexual» de Lacan es correlativo del «hay sentido sexual». Hay sentido sexual, pero es porque en ninguna parte la relación sexual se inscribe que el sexo se demuestra por el hecho del sentido. Es así que el cifrado inconsciente es en sí mismo ejercicio comprobado de goce.

El No hay relación sexual es correlativo del sentido sexual, pero con esto de que la no-relación es también correlativa del encuentro. Podemos esquematizarlo así, si me puedo permitir representar la no relación sexual con el cuantificador que Lacan utiliza en sus fórmulas de la sexuación:

Si Lacan pone en evidencia y valoriza el término encuentro en la relación amorosa, es en la medida exacta en que en ninguna parte hay relación sexual. La oposición reside aquí entonces entre la relación que sería necesaria, y que no existe en tanto tal, y el encuentro que es contingente.

Sobre estos términos reposa la idea de Lacan de conceder al psicoanálisis un real que le sería propio. Es un real del cual puede decir que es a la vez el de la no-relación y el de la modalidad del encuentro, es decir de la contingencia.

Estamos aquí en lo opuesto al determinismo físico, el de todos los cálculos de la física matemática, del cual la
neuropsiquiatría para expresarme como Lacan en su texto «Acerca de la causalidad psíquica»- no es más que el retoño.

Lo real que Lacan ha cernido para el psicoanálisis se refiere a la contingencia. Su ultimísima enseñanza se refiere a este nivel de lo real contingente. Allí está sin duda, el motor que en su enseñanza hace derrumbar todas las categorías establecidas. Ninguna fundación resiste a este ácido de la contingencia, consecuencia de la no- relación sexual y al mismo tiempo vía de conocimiento, vía de saber de la no relación sexual.

Es justamente por que sólo constatamos contingencia en la relación entre los sexos, que podemos inferir que no hay necesidad de establecerla. Nada no cesa de escribirse entre los sexos, y es por ello que estamos consagrados al régimen del encuentro.

Explotando esta contingencia, la muy última enseñanza de Lacan le dice adiós al Ideal científico y se despoja de los medios mismos por los cuales había estado cernido, en vistas de un nuevo comienzo. Por otra parte, esto no es sin evocar el decir de Lacan sobre el desarrollo de la matemática que, según él, «no procede de generalizaciones sino de transformaciones topológicas, es decir de una retroacción sobre el comienzo, tal que borra la historia»[1].

Es sobre este asunto que Lacan nos ha dejado, sobre una retroacción que ha ido hasta borrar en larga medida la historia del psicoanálisis. Nos dejó sobre la necesidad de hacer con la contingencia de lo real, es decir también, con la invención y la reinvención, sin ningún fatalismo.

Y es por lo cual, a pesar del peso presente de la cantidad, la medida y el número, todo esto queda a merced de la contingencia. Está en nosotros saber aprovecharla.