Salud Mental y desigualdad social: materiales para una discusión

Sois el producto de una época. No. Echarle la culpa a la época es demasiado fácil. Sois productos. Y punto. Ya que a la globalización no le interesaban las personas, teníais que convertiros en productos para que la sociedad se interesase por vosotros. El capitalismo convierte a las personas en yogures con fecha de caducidad, drogadas a base de espectáculo.
-13,99 Euros. Frédéric Beidberger.

 

Resumen

Se propone una revisión crítica del concepto de Salud Mental dado por la OMS, situando sus alcances referidos a las políticas públicas, el poder y la clínica. El psicoanálisis aporta elementos para realizar una discusión que articula subjetividad y época, cuya clínica, pone en tensión los conceptos de bienestar e igualdad, en favor, de una ética de la diferencia, que se fundamenta en lo singular de cada sujeto. Se contextualiza lo contemporáneo proponiendo un análisis del hiper-capitalismo y sus efectos en las relaciones sociales, en la dimensión subjetiva y en la práctica clínica.

El consumo en sus diversas manifestaciones, el empuje al bienestar, se traducen paradójicamente en nuevas formas de malestar, pesquisables en los nuevos sufrimientos como las adicciones, las compras compulsivas las últimas
tecnologías como promesa de felicidad.

 

Sobre las condiciones de enunciación

El presente texto nace en el contexto de la movilización estudiantil, iniciada en el primer semestre 2011, cuando el Magister de Psicología Clínica, estando en asamblea, decide ir a Paro para organizar actividades relacionadas con la contingencia nacional.

Una de las actividades que surgieron, entre otras, fue la mesa de trabajo; Salud Mental y desigualdad social, cuyo resultado fueron varios escritos y un foro debate. Las demandas en las movilizaciones estudiantiles se fundamentan en un problema estructural, que se manifiesta en el lucro y la calidad de la educación. La precarización de la función del Estado como garante de los derechos de los ciudadanos y ciudadnas, es evidente ante el empuje del mercado. Estas condiciones de época, nos hicieron pregunta, en tanto, el territorio educativo es quien con mayor fuerza ha y sigue denunciando el desastre de la supuesta autoregulación del capital.

En ese sentido la fuerza admirable que ha tenido este movimiento, no implica necesariamente que en otros campos no existan efectos igualmente desastrosos. La salud mental como campo en que se juega el cruce de la subjetividad y la época, se contextualiza para este trabajo, a partir de la lógica del capitalismo tardío es lo que interroga y causa el presente texto.

En este punto quisiera seguir el consejo de Freud, sobre la literatura y los escritores como aquellos que nos enseñan en sus creaciones a lo que la ciencia no llega. Propongo un varios fragmentos de la novela de Frédéric Beidberger, como un testimonio ficcional de la articulación entre subjetividad y época. Para el psicoanálisis la relación entre verdad y ficción se encuentran firmemente entrelazadas, y nos permite dar cuenta del drama subjetivo.

Se trata de Octave, un publicista, que está en lo más alto del mundo de la publicidad francesa, sueldo millonario, acceso a todos los bienes de consumo, para él nada es imposible, salvo que es profundamente cínico, y que lleva una vida que no desea. Al comienzo de la novela nos advierte que escribe para ser despedido del trabajo en que es tan exitoso, y así recibir una indemnización.

La Imperfección del Amor, parte 3

Un psicoanálisis: palabra y escritura

Más que nunca, en estos tiempos, estas jóvenes que vienen a nuestro encuentro pueden tener la opción de encontrar algo de otra estofa, sirviéndose de ese amor de transferencia… Imperfecto.

Portadoras de una dificultad con la propia palabra, en ese apocamiento para captar la sutileza de la palabra que llega desde el inconsciente, se nos impone el valor del diálogo/discurso analítico para que puedan llegar a asumir que hay un diálogo imposible, el de un sexo con el otro y que «el amor, es un laberinto de malentendidos cuya salida no existe» . Un análisis no cura del malentendido estructural, pero el sujeto queda advertido al respecto.

El analista, como el escritor, invita a alguien a que lea, en este caso, las señales de su propio inconsciente; y a que se atreva a inventar/escribir alguna ficción, imperfecta. También (el analista) paga con sus palabras[14], que no son de amor, para conducir con su persona y su juicio, a quien viene a su encuentro, por el entramado de las palabras de donde surgen los significantes claves que cada quien ofrece al análisis.

Tal como ocurrió con M, logrando captar que el amor siempre es dis-capaz; o como en J, allí donde su palabra no fluye con facilidad y resultó propiciador dejar a la vista el libro con la frase «imperfección del amor» en su título; o en aquella otra donde la intervención desembocó en el efecto poético de lograr soltar la mano del padre (realmente muerto) para atreverse a tomar la mano de otro hombre.

Un psicoanálisis es palabra y es escritura

Escribir en un análisis permite, como en un texto literario, oponer «al desorden del mundo, la coherencia de un texto. Por ello aprecio la frase final de otra novela de Agus, La mujer en la luna: «No deje de imaginar. No está loca. Nunca más crea a quien le diga esta cosa injusta y malvada. Escriba». Lo dice un hombre que está en la posición que conviene al analista.

La Imperfección del Amor, parte 2

La escritora me orientó. Las mujeres del texto de Agus, en su multiplicidad, testimonian acerca de lo que han podido hacer con esa imperfección del amor. Sumergidas en un ir y venir incesante, insaciable, abrumador -debido al aspecto estremecedor de su amor erotómano- terminan inventándose su hombre, con la discreta sabiduría que logran al reconocer y resguardar el valor de la falta, de ese «im»-perfecto.

Si el psicoanálisis conviene a las mujeres por lo que ellas encarnan en la cultura, el analista puede contribuir a que despierte aquello que de lo femenino está velado en estas jóvenes, hijas de la comunicación virtual, de la palabra inhibida o procaz, que se presentan feministas o masculinizadas.

Si decimos que el analista debe estar animado por el deseo de despertar a lo real, aunque despertar a lo real sea imposible[10], queda, entonces, lo contingentemente posible.

La imperfección del amor de transferencia atraviesa, desde el inicio, la cura analítica. Está ya en la estafa que le da su entrada, en una promesa que no se cumplirá. No obstante, es artificial pero verdadero a condición de saber que, como dice Agus, «nadie ama de verdad y quien ama, no ama desinteresadamente».

Y el psicoanalista tampoco ama de verdad, porque en su acto autoriza la tarea analizante por otros medios, nunca recurriendo al amor narcisista del «tu me agradas» o «tu me desagradas».

Beatriz Udenio

Revista Virtualia Nº23

La Imperfección del Amor, parte 1

La pluma de una mujer, la escritora genovesa Milena Agus, me abrió la puerta para escoger el sesgo de este trabajo. Me atraparon la intimidad del diálogo de sus personajes femeninos, de pensamientos sutiles y tortuosos, de emociones intensas y, fundamentalmente, el empleo de una prosa que conviene a lo femenino. Así, el título de una de sus novelas, La imperfección del amor, tiene la virtud de introducir con el prefijo «in» la referencia a una privación: en este caso, el amor privado de perfección. Su escritura no trata tanto de psicoanálisis ni palabras de amor sino que ilumina la esencia misma del amor.

Esto me condujo a pensar la naturaleza del amor de transferencia como igualmente imperfecto, invitándome a una reflexión sobre ciertas intervenciones en la clínica, sobre todo en el caso de muchas jóvenes mujeres de hoy, a quienes las palabras, las ficciones y los sueños (también los de amor) les resultan una experiencia ajena, cuando no inalcanzable.

 

Mujeres, despierten…

No podemos desconocer las vueltas que se le han dado, desde Freud, a la relación de las mujeres con el amor y a las consecuencias negativas de la promoción de los derechos de la mujer sobre la tarea de preservación de la sustancia del amor que se les adjudica. Hemos privilegiado la faceta de insistencia surgida de la condición estructural erotómana que toma el amor en la mujer, que exige que su pareja le hable y la ame.

Pero, ¿qué podemos decir de ellas y su palabra, antiguamente plagada de sutilezas y silencios, que hoy en día parecen no tener lugar ni vigencia?Resultado de la impronta contemporánea, con su efecto sobre «las posiciones femeninas del ser», nos obliga a diferenciar lo femenino y el feminismo. Las mujeres hablan, toman cada día más la palabra en ámbitos diversos, pero vemos con frecuencia lo que se adormece en ellas: la posibilidad de hablar con las marcas fugaces, instantáneas de lo femenino en su palabra.

Así, la expresión de Miller «Sería preciso que las mujeres despertasen (…)» es una invocación que se dirige a lo femenino, no al feminismo.

 

Hombres, un esfuerzo más…

¿Y los hombres? Hoy en día escuchamos menos a las jóvenes quejarse porque ellos no les dirigen palabras de amor sino porque, en realidad, hablan y hablan pero sin consecuencias. En esa posición, no evocan ni al amante castrado ni al hombre sin ambages figuras que convienen a la demanda de amor femenina; son vistos por ellas como castrados (a secas) y sin posibilidades de arreglárselas con «la originalidad de la posición femenina» . Otro efecto de la «feminización del mundo»que se suma a la degradación de la impronta virtuosa del no-todo en la mujer, validando su aspecto superyoico, de capricho insensato.

El destino del amor está en problemas. Y aquí la pregunta por lo que un psicoanálisis puede ofrecer se vuelve oportuna y ética.

 

Beatriz Udenio

Revista Virtualia Nº23

Variaciones sobre lo infantil

 

Es de destacar el modo en que aparece inicialmente el niño en la obra de Freud: es como víctima del accidente sexual. El trauma es una perturbación que produce una respuesta defensiva del mecanismo psíquico, separando representación y afecto; la representación queda debilitada y el afecto se desplaza a otra representación; si es del cuerpo lo llama conversión para la histeria, si es mental, obsesión o fobia.

El trauma sexual perturba lo que es en un primer momento la sexualidad- como lo plantea en «Psicoterapia de la histeria» (1895) o en la «Etiología de la histeria» (1896).

Es interesante que el carácter accidental contingente del trauma en esta primera época mantiene su vigencia aunque Freud abandone la teoría inicial del trauma. La forma del encuentro con lo sexual tiene el carácter de un mal encuentro, accidental y contingente, que en un segundo tiempo -a posteriori- va a producir síntomas.

Con «Los tres ensayos» de 1905, Freud pasa del trauma accidental a la pulsión como fuerza constante, del niño como víctima de la escena de seducción al niño perverso polimorfo, cuando introduce la sexualidad infantil.

La sexualidad infantil es un término clave para el psicoanálisis, pues sitúa el carácter anticipado de la sexualidad humana respecto del desarrollo biológico; también clave en la formación de síntomas. El niño perverso polimorfo es una figura teórica, pues simultáneamente al texto de 1905, publica el caso Juanito («Análisis de la fobia de un niño de 5 años») que es un niño con su síntoma, su fobia. Es llamativo que Lacan en su «Conferencia en Ginebra sobre el síntoma» tome la fobia de Juanito como paradigma del síntoma.

Hay una diferencia en Freud, entre el niño teórico de «La interpretación de los sueños» (1901), donde los sueños infantiles son pura y simple realización de deseos, sin censura, también el niño perverso polimorfo, respecto de Juanito que es tratado como un sujeto del inconsciente de pleno derecho.

Así es que en un primer momento el síntoma es una formación sustitutiva del trauma contingente. Con la pulsión sexual, el síntoma indica el retorno de lo reprimido, el fracaso de la defensa ante la exigencia pulsional.

En la conferencia 23, «El camino de la formación de síntomas», cuando ya tiene conceptualizada la pulsión, cuando ya sitúa la fijación en la psicología clinica, esta tensión entre lo contingente y lo necesario, vuelve con las vivencias sexuales infantiles. Estas son la matriz de los síntomas, modo de goce que han sido fijados en las experiencias de la primera infancia y el síntoma repite como manera de gozar.

Hay dos cuestiones nuevas en las «Conferencias de Introducción al Psicoanálisis» respecto del síntoma. Por un lado el sentido de los síntomas, es un sentido sexual, el ciframiento semántico conduce al goce, la fijación al trauma; por otro lado introduce también la concepción del síntoma como satisfacción sustitutiva, respecto de estas vivencias sexuales infantiles.

El síntoma condensa a la vez el sentido y la manera de gozar.

Las experiencias sexuales de la primera infancia vuelven a traer la marca de lo contingente, en el núcleo del síntoma; considerando que para Freud cuentan los fantasmas originarios, castración, seducción y escena primaria, también la pulsión como exigencia de trabajo constante para el aparato psíquico.

En 1920, «Más allá del principio de placer», nos trae un niño que produce un juego auto creado, su invención ante el foso que deja la partida de la madre. El carácter de auto creado revela el aspecto de invención, de radical singularidad en la constitución del sujeto, el juego enlaza lo simbólico y los significante, con un juego auto creado, respondiendo al agujero que deja la ausencia de la madre.

El Fort-Da muestra un aparato psíquico regido por una ganancia de placer de otra índole que la del principio de placer-displacer. El trauma – en el texto del 1920- aparece como una ruptura en la protección antiestímulo, la compulsión de repetición es el intento de ligar mediante un trabajo psíquico, la ruptura en la red de significantes, que es el trauma; este modelo va bien con la concepción del síntoma como un aparato de goce que suple el agujero estructural del no-hay-relación sexual.

El trauma accidental de los comienzos del psicoanálisis, es en «Más allá del principio de placer» estructural, solidario de la pulsión de muerte. Es llamativo que Freud vuelva al concepto de trauma, ya no en la vía de la neurosis histérica, sino de las neurosis de guerra y la neurosis obsesiva.

Los textos paradigmáticos de la primera época son «Traumdeutung» – «La interpretación de los sueños»- y los «Tres ensayos y una teoría sexual»; rige el principio de placer, los sueños son realización de deseos de modo homólogo a la formación de síntomas. A su vez los síntomas son la práctica sexual de los neuróticos, en el sentido de la incidencia de la pulsión sexual en el síntoma.

En esta segunda época el actuar, Agieren y la compulsión, Zwang marcan la clínica. La represión, que había estado en el centro de la teoría en un primer momento, incluyendo la metapsicología, con la represión primaria y secundaria, deja su lugar a la repetición, a la compulsión de repetición.

Freud pasa de la sexualidad traumatizada por una escena accidental a una sexualidad que es traumática en tanto que tal. Donde la contingencia del encuentro con el goce deja marca en la falla central de la lengua, respecto de la relación sexual.

Lo traumático no es lo inefable, lo oscuro, sino como ha dicho Jacques-Alain Miller es la relación con la lengua, pues en la lengua no hay nada que de cuenta de que hay hombres y mujeres, no como significantes de la segregación unaria, sino que hombres y mujeres no se acoplan de por sí. Hay condición erótica, hay consonancia sintomática, que hacen de lo contingente del encuentro, condición necesaria del amor.

En ese sentido el niño en Freud es el modelo de lo contingente y traumático del sexo del ser-hablante (parlêtre). Hay dos referencias importantes: una es de «Inhibición, síntoma y angustia» (1926) donde Freud retoma un término del «Proyecto…», que es el desamparo o desvalimiento inicial, como primer momento lógico en la constitución subjetiva, el niño inerme ante la invasión económica de estímulos, donde son las pérdidas de objeto, marcadas por la angustia de castración, las que constituyen las respuestas en el sentido de los modos de defensa, inhibición, síntoma y angustia. Mientras la angustia de castración es el motor de la defensa.

Podemos decir que quizás vuelve algo de aquella posición inicial del niño inerme en la escena traumática de seducción, inerme ante el encuentro pero responsable, de la insondable decisión del ser, de su respuesta de lo real. El desamparo seria la posición estructural del sujeto ante lo imposible de la castración, las respuestas son los modos de velar lo imposible.

Hay una última referencia en el texto de «El Humor» y en el «Porvenir de una ilusión», por un lado al mundo tan lleno de peligros Freud lo llama un juego de niños, por otro, retoma el concepto que Kant toma en «¿Qué es la Ilustración?» la minoridad culposa, no referido a lo infantil, sino a una posición de no responsabilizarse del saber, Sapere Aude (Atrévete a saber) es el emblema de la ilustración, es un llamado a la responsabilidad. Del mismo modo que el consentimiento a un análisis es un -Atrévete a saber- del goce y de la singularidad de cada sujeto.

La minoridad aparece en el texto sobre la religión, como refugio en el sistema doctrinal, en la religión del Padre, como protección en el sentido religioso; Freud apuesta a abandonar la casa paterna, y aprender a usar sus propias fuerzas, en el sentido de la ilustración, saber para responsabilizarse de aquello que determina al sujeto, pero sobre todo, más en el sesgo lacaniano, de las contingencias que constituyen la radical singularidad gozante que somos.

La formulación de Lacan, que no es por lo necesario sino por la contingencia que se demuestra la imposibilidad, señala justamente que la pasión neurótica es tratar lo imposible por lo necesario, no queriendo saber nada de lo traumático del sexo, pagando con demasiado sufrimiento su satisfacción, mientras que el análisis permite demostrar que es la contingencia la que constituye el goce de cada cual, y que eso no se inscribe ni representa en el Otro, sino que implica para el sujeto una operación de asunción de su singularidad de goce, el salto que es la identificación al síntoma.

Es por lo tanto llamativo que en los comienzos del psicoanálisis, el malentendido de Freud haya condensado en el niño: el sexo, la contingencia y el trauma, anticipo del lugar central que tiene la contingencia en la enseñanza de Lacan.

 

Lecturas Freudianas.

Mario Goldenberg. Virtualia Nº 23

El orden simbólico en el siglo XXI – Psicología Clínica

El orden simbólico en el siglo XXI. Ya no es lo que era. ¿Qué consecuencias para la cura?

Las fragilidades del orden simbólico en nuestro siglo tienen sus síntomas pero también tienen sus consecuencias.

Nuestro VIII Congreso de la AMP se dedicará a interrogar durante una semana, del 23 al 27 de abril de 2012, estos síntomas y en particular las consecuencias sobre la cura analítica.

Para ello tenemos una brújula en lo que J. Lacan formula en el Seminario «O peor» cuando afirma que si el Otro no existe, en compensación, : «hay del Uno» (Y a d´l´Un). Esto nos orienta respecto a la consistencia del Otro simbólico y a sus avatares, tal como la civilización nos lo presenta.

Es evidente que esta interrogación no es monopolio del psicoanálisis ni de los psicoanalistas, pero sin duda, nuestra orientación deberá demostrar sus particularidades.

Según Heiddeger, la fórmula nietzcheana «Dios ha muerto» se encuentra en el fundamento del pensamiento occidental y de su orden simbólico. El psicoanálisis ilumina esta frase mostrando, cómo poniendo el acento sobre la muerte del padre, dato relevante en la medida que promueve la autoridad paterna bajo la forma de la ley, lo que se hace no es sino protegerlo. Según Lacan se salva al padre, matándolo.

Recordemos que el mito de Tótem y Tabú, confirma la existencia del padre, se confirma y ordena la civilización alrededor del Edipo. Este modo de pensar las cosas nos enfrenta a un Otro consistente. Un Otro que en la actualidad irremediablemente se desvanece. Por lo tanto será necesario interrogar ¿cuál es el lugar, o bien, cuál es la función, si es que queda alguna, para el Edipo, en la práctica analítica del siglo XXI?.

Lacan, a partir de la pulverización de esta consistencia y sin ningún tipo de nostalgia por ella, propone la pluralización de los nombres del padre, lo cual nos enfrenta no solo con la inexistencia del Otro, sino también con la afirmación de que el Otro es solo un semblante.

El discurso de la ciencia, fijó el sentido de lo real, de modo tal que ese real estaba en condiciones de proteger a los sujetos de los semblantes. Es lo que le posibilitó a Freud la creación del psicoanálisis, orientado por un ideal científico. Hoy, en cambio, hay malestar respecto de lo real ya que la inmersión del sujeto contemporáneo en los semblantes, problematiza lo real.

La inexistencia del Otro produce la crisis de las identificaciones y envía al sujeto a buscar el plus de gozar, la promoción de éste, cobra sentido a partir del debilitamiento del ideal. Si «el desvarío de nuestro goce» se localiza cada vez menos por las identificaciones provenientes del Otro y cada vez mas por el plus-de-gozar, ¿cómo incide esto en el discurso analítico cuyo objetivo apunta a la caída de las identificaciones?.

A partir de las últimas décadas del siglo XX el mundo se ha convertido en una inmensa aldea global de la mano de la revolución científico-tecnológica. Las sociedades en general y las economías y los mercados en particular, se han vuelto más interdependientes, más globalizados. Esta revolución, a diferencia de las anteriores, se caracteriza por la convergencia y simultaneidad de numerosos fenómenos con fuerte impacto a nivel mundial.

Asistimos a la emergencia de una forma de organización social estructurada en torno del conocimiento y del procesamiento de la información que introduce en la experiencia de los seres humanos una dimensión diferente: la virtualidad. Ésta atraviesa tanto el orden de la producción como el de la reproducción social, condicionando las modalidades de la articulación del lazo social y de lo real.

Según algunos autores de la psicología clínica, los cambios en marcha representan en el devenir de la humanidad una nueva revolución, la tercera en la modernidad, cuyo rasgo emblemático es la transformación del conocimiento, tanto en valor económico y social como en fuente fundamental de la productividad y del poder en las sociedades del siglo XXI.

En la primera revolución, fue la máquina a vapor, que se materializó en el ferrocarril; en la segunda, las nuevas fuentes de energía y el motor a explosión, que dieron lugar a la cadena de montaje para la producción en serie y al automóvil como su objeto emblemático. En la tercera revolución, quizás ya no industrial, centrada en el tratamiento de la información y en la producción de conocimientos, es la computadora la que se erige en la máquina de la nueva forma de sociedad.

El orden simbólico perdió consistencia con la democratización de la información, ejemplo de esto lo constituye internet. Internet representa una innovación fundamental modificando la sociedad, a sus productos, a la distribución y algo más importante aún, modifican su mentalidad y espíritu.

Antes, cuando no había información abundante, la marca, el símbolo, comunicaba algunas características que no había cómo chequear, ahora con la difusión de la información, cada cual puede decidir por sí mismo sin necesidad de sostenerse en el Otro del saber.

Surge pues un nuevo interrogante: ¿Cómo afecta esta verdadera mutación del saber a la relación con el Sujeto supuesto Saber? Lo mismo ocurre hoy con la opinión, antes, que una noticia saliera por ejemplo en el New York Times era sinónimo de seriedad, casi de «verdad», ahora la calidad es juzgada en su propio mérito y el New York Times está quebrando.

No podemos desconocer el rol de las redes sociales en los cambios políticos que se vivieron en los últimos años, la elección de Obama como presidente de Estados Unidos, la ebullición democrática en Irán, el cambio de régimen en Egipto, la preocupación de los gobiernos totalitarios, particularmente el de China, con el control de estos medios de comunicación.

No debemos olvidar que el tema de la fragilización del orden simbólico tiene un aspecto generacional que a su vez depende del grado de adopción de la tecnología. Internet hace que todos los que lo usan en serio puedan «saber más rápido» de muchas cosas a través de los filtros y las recomendaciones, lo cual hace que en la actualidad, las marcas estén en crisis en todo el mundo, tema que fue abordado originalmente por el físico Chris Anderson, el editor de la revista tecnológica Wired, ícono de la innovación en tecnologías de la información.

Por lo tanto, algunas de las preguntas que deberemos responder en nuestro próximo Congreso son: ¿qué es lo que hoy ocupa el lugar del Otro que no existe? ¿Cuáles son las consecuencias para la dirección de la cura, del debilitamiento del orden simbólico? ¿qué es lo que hay más allá de la caída de los ideales? ¿cómo poner al psicoanálisis a nivel del progreso de las ciencias?¿cómo se forma hoy un psicoanalista, para que pueda responder a los rasgos antedichos? ¿Qué estatuto darle a la presencia virtual del analista?.

La búsqueda de una satisfacción inmediata empuja a una clínica del pasaje al acto ¿cómo responde el analista?. Como podemos ver, la fragilización del orden simbólico en el siglo XXI, nos obliga a repensar el acto analítico, la dirección de la cura, la interpretación, las entradas en análisis, la transferencia, los finales de análisis, la posición del analista, conceptos fundamentales que tendrán que quedar interrogados durante nuestro próximo Congreso.

Frente al avance del saber expuesto por todas las vías virtuales que en tiempo real pretenden demostrar que la estructura de la verdad no pertenece a la ficción, apelamos a que nuestros psicoanalistas abandonen los estándares de pensamiento, porque, como es obvio, las respuestas que podemos dar hoy, no pueden ser las que están en el archivo de lo ya dicho, sino en la invención de lo nuevo, lo diferente.

Para nosotros la creación ex nihilo o la invención no son fórmulas vacías de Lacan, sino un instrumento metódico que no convoca a la inspiración sino a la lógica que, en este caso, partiendo de la inexistencia, nos permita enfrentar los nuevos síntomas de la civilización, que no cuentan con el Otro.

por Flory Kruger

Principios rectores del acto analítico, Eric Laurent

Preámbulo
Durante el Congreso de la AMP en Comandatuba, en el 2004, la Delegada General presentó una «Declaración de principios» ante la Asamblea General. Luego los Consejos de las Escuelas hicieron llegar los resultados de sus lecturas, de sus observaciones y señalamientos. Después de ese trabajo, presentamos ahora, ante la Asamblea, estos principios que les pedimos adopten.

Primer principio: El psicoanálisis es una práctica de la palabra.Los dos participantes son el analista y el analizante, reunidos en presencia en la misma sesión psicoanalítica. El analizante habla de lo que le trae, su sufrimiento, su síntoma. Este síntoma está articulado a la materialidad del inconsciente; está hecho de cosas dichas al sujeto que le hicieron mal y de cosas imposibles de decir que le hacen sufrir. El analista puntúa los decires del analizante y le permite componer el tejido de su inconsciente.

Los poderes del lenguaje y los efectos de verdad que este permite, lo que se llama la interpretación, constituyen el poder mismo del inconsciente. La interpretación se manifiesta tanto del lado del psicoanalizante como del lado del psicoanalista. Sin embargo, el uno y el otro no tienen la misma relación con el inconsciente pues uno ya hizo la experiencia hasta su término y el otro no.

Segundo principio: La sesión psicoanalítica es un lugar donde pueden aflojarse las identificaciones más estables, a las cuales el sujeto está fijado. El psicoanalista autoriza a tomar distancia de los hábitos, de las normas, de las reglas a las que el psicoanalizante se somete fuera de la sesión. Autoriza también un cuestionamiento radical de los fundamentos de la identidad de cada uno. Puede atemperar la radicalidad de este cuestionamiento teniendo en cuenta la particularidad clínica del sujeto que se dirige a él.

No tiene en cuenta nada más. Esto es lo que define la particularidad del lugar del psicoanalista, aquel que sostiene el cuestionamiento, la abertura, el enigma, en el sujeto que viene a su encuentro. Por lo tanto, el psicoanalista no se identifica con ninguno de los roles que quiere hacerle jugar su interlocutor, ni a ningún magisterio o ideal presente en la civilización. En ese sentido, el analista es aquel que no es asignable a ningún lugar que no sea el de la pregunta sobre el deseo.

Tercer principio: El analizante se dirige al analista. Pone en el analista sentimientos, creencias, expectativas en respuesta a lo que él dice, y desea actuar sobre las creencias y expectativas que él mismo anticipa. El desciframiento del sentido no es lo único que está en juego en los intercambios entre analizante y analista. Está también el objetivo de aquel que habla. Se trata de recuperar junto a ese interlocutor algo perdido. Esta recuperación del objeto es la llave del mito freudiano de la pulsión.

Es ella la que funda la transferencia que anuda a los dos participantes. La formula de Lacan según la cual el sujeto recibe del Otro su propio mensaje invertido incluye tanto el desciframiento como la voluntad de actuar sobre aquel a quien uno se dirige. En última instancia, cuando el analizante habla, quiere encontrar en el Otro, más allá del sentido de lo que dice, a la pareja de sus expectativas, de sus creencias y deseos. Su objetivo es encontrar a la pareja de su fantasma. El psicoanalista, aclarado por la experiencia analítica sobre la naturaleza de su propio fantasma, lo tiene en cuenta y se abstiene de actuar en nombre de ese fantasma.

Cuarto principio: El lazo de la transferencia supone un lugar, el «lugar del Otro», como dice Lacan, que no está regulado por ningún otro particular. Este lugar es aquel donde el inconsciente puede manifestarse en el decir con la mayor libertad y, por lo tanto, donde aparecen los engaños y las dificultades. Es también el lugar donde las figuras de la pareja del fantasma pueden desplegarse por medio de los más complejos juegos de espejos. Por ello, la sesión analítica no soporta ni un tercero ni su mirada desde el exterior del proceso mismo que está en juego. El tercero queda reducido a ese lugar del Otro.

Este principio excluye, por lo tanto, la intervención de terceros autoritarios que quieran asignar un lugar a cada uno y un objetivo previamente establecido del tratamiento psicoanalítico. El tercero evaluador se inscribe en esta serie de los terceros, cuya autoridad sólo se afirma por fuera de lo que está en juego entre el analizante, el analista y el inconsciente.

Quinto principio: No existe una cura estándar ni un protocolo general que regiría la cura psicoanalítica. Freud tomó la metáfora del ajedrez para indicar que sólo había reglas o para el inicio o para el final de la partida. Ciertamente, después de Freud, los algoritmos que permiten formalizar el ajedrez han acrecentado su poder. Ligados al poder del cálculo del ordenador, ahora permiten a una máquina ganar a un jugador humano. Pero esto no cambia el hecho de que el psicoanálisis, al contrario que el ajedrez, no puede presentarse bajo la forma algorítmica. Esto lo vemos en Freud mismo que transmitió el psicoanálisis con la ayuda de casos particulares:

El Hombre de las ratas, Dora, el pequeño Hans, etc. A partir del Hombre de los lobos, el relato de la cura entró en crisis. Freud ya no podía sostener en la unidad de un relato la complejidad de los procesos en juego. Lejos de poder reducirse a un protocolo técnico, la experiencia del psicoanálisis sólo tiene una regularidad, la de la originalidad del escenario en el cual se manifiesta la singularidad subjetiva. Por lo tanto, el psicoanálisis no es una técnica, sino un discurso que anima a cada uno a producir su singularidad, su excepción.

Sexto principio: La duración de la cura y el desarrollo de las sesiones no pueden ser estandarizadas. Las curas de Freud tuvieron duraciones muy variables. Hubo curas de sólo una sesión, como el psicoanálisis de Gustav Mahler. También hubo curas de cuatro meses como la del pequeño Hans o de un año como la del Hombre de las ratas y también de varios años como la del Hombre de los lobos. Después, la distancia y la diversificación no han cesado de aumentar. Además, la aplicación del psicoanálisis más allá de la consulta privada, en los dispositivos de atención, ha contribuido a la variedad en la duración de la cura psicoanalítica.

La variedad de casos clínicos y de edades en las que el psicoanálisis ha sido aplicado permite considerar que ahora, en el mejor de los casos, la duración de la cura se define «a medida». Una cura se prolonga hasta que el analizante esté lo suficientemente satisfecho de la experiencia que ha hecho como para dejar al analista. Lo que se persigue no es la aplicación de una norma sino al acuerdo del sujeto consigo mismo.

Séptimo principio: El psicoanálisis no puede determinar su objetivo y su fin en términos de adaptación de la singularidad del sujeto a normas, a reglas, a determinaciones estandarizadas de la realidad. El descubrimiento del psicoanálisis es, en primer lugar, el de la impotencia del sujeto para llegar a la plena satisfacción sexual. Esta impotencia es designada con el término de castración. Más allá de esto, el psicoanálisis con Lacan, formula la imposibilidad de que exista una norma de la relación entre los sexos. Si no hay satisfacción plena y si no existe una norma, le queda a cada uno inventar una solución particular que se apoya en su síntoma. La solución de cada uno puede ser más o menos típica, puede estar más o menos sostenida en la tradición y en las reglas comunes.

Sin embargo, puede también remitir a la ruptura o a una cierta clandestinidad. Todo esto no quita que, en el fondo, la relación entre los sexos no tiene una solución que pueda ser «para todos». En ese sentido, está marcada por el sello de lo incurable, y siempre se mostrará defectuosa. El sexo, en el ser hablante, remite al «no todo».

Octavo principio: La formación del psicoanalista no puede reducirse a las normas de formación de la universidad o a las de la evaluación de lo adquirido por la práctica. La formación analítica, desde que fue establecida como discurso, reposa en un trípode: seminarios de formación teórica (para-universitarios), la prosecución por el candidato psicoanalista de un psicoanálisis hasta el final (de ahí los efectos de formación), la transmisión pragmática de la práctica en las supervisiones (conversaciones entre pares sobre la práctica) Durante un tiempo, Freud creyó que era posible determinar una identidad del psicoanalista.

El éxito mismo del psicoanálisis, su internacionalización, las múltiples generaciones que se han ido sucediendo desde hace un siglo, han mostrado que esa definición de una identidad del psicoanalista era una ilusión. La definición del psicoanalista incluye la variación de esta identidad. La definición es la variación misma. La definición del psicoanalista no es un ideal, incluye la historia misma del psicoanálisis y de lo que se ha llamado psicoanalista en distintos contextos de discurso.

La nominación del psicoanalista incluye componentes contradictorios. Hace falta una formación académica, universitaria o equivalente, que conlleva el cotejo general de los grados. Hace falta una experiencia clínica que se trasmite en su particularidad bajo el control de los pares. Hace falta la experiencia radicalmente singular de la cura. Los niveles de lo general, de lo particular y de lo singular son heterogéneos. La historia del movimiento psicoanalítico es la de las discordias y la de las interpretaciones de esa heterogeneidad. Forma parte, ella también, de la gran Conversación del psicoanálisis, que permite decir quién es psicoanalista.

Este decir se efectúa en procedimientos que tienen lugar en esas comunidades que son las instituciones analíticas. El psicoanalista nunca está solo, sino que depende, como en el chiste, de un Otro que le reconozca. Este Otro no puede reducirse a un Otro normativizado, autoritario, reglamentario, estandarizado. El psicoanalista es aquel que afirma haber obtenido de la experiencia aquello que podía esperar de ella y, por lo tanto, afirma haber franqueado un «pase», como lo nombró Lacan.

El pase testimonia del franqueamiento de sus impases. La interlocución con la cual quiere obtener el acuerdo sobre ese atravesamiento, se hace en dispositivos institucionales. Más profundamente, ella se inscribe en la gran Conversación del psicoanálisis con la civilización. El psicoanalista no es autista. El psicoanalista no cesa de dirigirse al interlocutor benevolente, a la opinión ilustrada, a la que anhela conmover y tocar en favor de la causa analítica.

Traducción: Carmen Cuñat

Eric Laurent: “La ciencia es hoy el principio de autoridad”

El psicoanalista Eric Laurent pasó por Argentina para dictar un seminario, pero se hizo tiempo para conversar con Ñ Digital, con los estudiantes en la Facultad de Psicología y para dar una conferencia en la Biblioteca Nacional; también presentó su último libro, «El sentimiento delirante de la vida» (ediciones Diva), una paráfrasis de El sentimiento trágico de la vida, el clásico de Miguel de Unamuno que le sirve al francés de pretexto para argumentar sobre la mutación del concepto de tragedia en un planeta de cielos saturados de satélites, escaneado y vigilado donde el sujeto ha perdido las referencias y la desorientación es, prácticamente, la norma. Acá la conversación.

Unamuno produjo un impacto particular en su época, entre las guerras. Y su proyecto era, precisamente, tratar de influir, de advertir sobre la segunda parte que veía venir, la segunda guerra mundial. Cierto que él pensaba en un modo de rearme moral, en un llamado que incluyera al sentimiento trágico de la vida, la finitud, la muerte, y no seguir soñando con el entusiasmo fácil de los años veinte a los treinta, los años locos, que se iban a apagar, y que se apagaron.

En la actualidad, ese sentimiento ¿ya no existe?

No es que no exista. Las tragedias no han dejado de ocurrir. El ejemplo más cercano es la crisis financiera global desatada en 2008. Es una tragedia enorme, una crisis financiera sin par, al interior de un sistema que está completamente desarreglado. Y es probable que haya más tragedias de este tipo y otras, insólitas, inéditas.

¿Como cuáles?

Catástrofes ambientales, humanitarias, pestes masivas; es lo que está pasando. Sin embargo, usted piensa que el sujeto puede enfrentar este nuevo malestar.

Efectivamente. Pero para enfrentarlas, esta vez lo mejor no es un llamado a un nuevo orden moral sino despertar de ciertos sueños. El psicoanálisis puede ayudar en algo a este estado de las cosas. Situémonos. Estamos en una época posterior a la caída del principio de autoridad que se resume en una destitución del padre, las figuras clásicas, la autoridad.

¿Y qué queda en un mundo sin referencias?

Bueno, el hecho de que todos estamos un poco locos. Y que es necesario inspirarse, también, en el esfuerzo que hacen las personas designadas o estigmatizadas como tales. A los locos, por no poder utilizar los instrumentos estándar, no les queda más remedio que inventarse creencias, delirios, instrumentos particulares, o a medida; no creencias comunes pero sí algo que les permita sostenerse en la vida.

Lo que queda después de la caída de las grandes figuras, es inventarse creencias que permitan sostener el lazo social, no apoyándose en los discursos comunes pero transformándolos, como para inventarse ciertos sistemas, sin creer por eso que vaya a surgir una figura de autoridad que pueda rearmar la historia, no; un lazo social pero sin este viejo
sentimiento de la existencia común.

Algo así. El lazo social del cual habla Negri es el de esta época. Es el lazo social de la multitud, que no se articula en un relato, una ideología global, pero que constata que el lazo social está fragmentado, y que esa fragmentación no es vivida, digamos así, como una tragedia.

Al contrario de lo que sucede en los consultorios

En los consultorios y en el mundo. Las guerras del siglo XXI, que son cantidad, no tienen fin. Estamos entrando en un estado de excepción que parece no levantarse nunca; sólo se desplaza. Es una época extraña. La tragedia hace parte del cuadro común de la existencia, pero de una manera muy distinta a lo que fueron las grandes catástrofes del siglo XX. Este es un mundo militarizado.

Y lo que caracteriza nuestro tiempo es haber salido de la ilusión de la historia cuando cayó el muro de Berlín, en 1989. Se pensó que después del enfrentamiento de los bloques se iba a producir una reunificación de la humanidad, como sucedió en la propia Alemania. Y sería el final glorioso de la historia pensado por Francis Fukuyama. Pero no, sucedió justo al revés. No estamos en el choque de las civilizaciones, como pensaba Samuel Huntington, pero sí entre catástrofes, guerras locales que se difunden, alteración de los derechos públicos a su manera, en todos los países. Es esta crisis permanente la que teje nuestra existencia.

Bien, no ignorar esta situación es uno de los objetivos del libro, y efectivamente, pensarla a partir de las tragedias que llegan al consultorio, donde cada vez más y más gente tiene que inventarse soluciones a medida para resistir a la pulsión de muerte, al goce invasor, a la relación adictiva que se tiene con los objetos de goce. Porque casi todo puede transformarse en un objeto de goce.

Las viejas autoridades podían atemperar esa adicción, pero no funcionan más. Puede volverse adictivo el shopping, el tabaco, la droga, el sexo, todo puede tomar el matiz de una invasión.

¿Y entonces?

Y entonces la gente se inventa soluciones a medida. Pero de todas maneras, eso no ha hecho desaparecer los aparatos higiénicos, los discursos generales sobre las “malas costumbres” o el sanitarismo autoritario. Existe un derecho que esos discursos no contemplan: el derecho de cada uno a dañarse un poco, no del todo, sólo un poco.

¿Cómo entender esto que usted dice?

El problema es singularizar la posición analítica. En el mundo de la técnica, que es el nuestro, en el cual todo tiene que tener una función, el psicoanalista no es alguien que se ofrece como una herramienta útil. Y eso singulariza la posición analítica.

Para ser claro: el psicoanalista trata de dirigirse a lo inútil de cada uno. Si se pudiera pasar de esas costumbres inútiles que nos invaden, sería extraordinario. Pero no es el caso. Es imposible separarse de esa parte oscura que nos habita; esa parte desdichada, maldita, como la llamaba Georges Bataille. Pero el psicoanalista tiene esa distancia sobre el discurso de la utilidad. Y tratar de transformar eso que no va en algo que vale es una tarea.

Pero de lo que no va, tampoco es imprescindible separarse de una manera autoritaria. Hay que considerar a esa parte maldita como algo a lo que vale la pena dirigirse y hacer hablar.

¿Por qué cree que hay tantas mujeres en el psicoanálisis?

Está claro que el psicoanálisis es una de las invenciones del siglo XX de la cual las mujeres se apoderaron. Muy rápidamente, este discurso inventado por Freud se transmitió después por su hija, Anna Freud y Melanie Klein, que fueron las que inventaron la transmisión de ese discurso. En la Universidad de Buenos Aires, el 85 por ciento de las estudiantes de psicología son mujeres.

Es un tsunami de mujeres, pero eso no significa que la cosa está arreglada. Las mujeres no son la solución a la crisis de autoridad global. Ellas no reemplazarán a la destitución paterna. Además, existen todo tipo de creencias: las vírgenes, la dama de hierro, que pudo parecer, por ejemplo, una solución cuando los hombres aflojan.

Pero eso no es tan claro. No es casualidad que en los dos países más importantes de América latina, el carisma del líder esté encarnado por mujeres, Dilma Rousseff y Cristina Fernández de Kirchner, que con su liderazgo está resolviendo tensiones que podrían ser insuperables. Se puede decir también que la dueña de Europa, ahora mismo, es Angela Merkel. Es verdad, sin embargo, que el sobrenombre de Merkel, en alemán, es madre.

Pero la idea del psicoanálisis es tratar de inventar una figura de mujer que no sea la virgen, la dama de hierro o la madre sino una mujer que ocupe un lugar en el fantasma del hombre. Las mujeres son sensibles a la singularidad, no a lo universal, no a los grandes ideales. Eso decía Freud.

Lo que en Freud sería una crítica a ese rasgo femenino, Jacques Lacan lo retoma y hace de ese rasgo lo más interesante de la posición de la mujer: interesadas por la singularidad, lo particular del hombre. Porque también cada mujer quiere ser una mujer particular. La mujer quiere ser amada por lo que ella es. Ella no es todas las mujeres. El psicoanálisis intenta producir lejos de las antiguas identificaciones una nueva versión de la mujer. Esa es una de sus apuestas en este siglo.

¿Y los hombres?

Bueno, la actual situación no es culpa de los hombres. Los hombres encarnaban la función del padre. Pero esa función no opera de la misma manera con la ciencia que sin la ciencia. Con el régimen de certeza de la ciencia, la noción de autoridad paterna queda desplazada. El psicoanálisis puede ayudar a los hombres que piensan este cambio como una castración insoportable a su autoridad. Y evitar, de esa manera, las explosiones de agresividad contra las mujeres sobre las que leemos todos los días.

Por Pablo E. Chacón.

13/12/11

Bullying Escolar

La palabra bullying hace referencia a la palabra inglesa Bull, toro, y la declinación ING implicaría el acto de torear. En castellano lo entendemos como acoso u hostigamiento escolar, haciendo referencia a cualquier forma de maltrato o agresión psicológica, verbal o física producida entre escolares de forma reiterada a lo largo de un tiempo determinado.

La agresividad es constitutiva del ser humano. Podríamos afirmar que esto se debe a que el cachorro humano se identifica a una imagen para sentirse unificado. Hacemos la aclaración de que el cuerpo es esa imagen que da unidad a lo que hay por dentro, o sea al organismo, que está comprendido por órganos, sangre, arterias, etc. Entonces el organismo le depara al infante sensaciones dispersas que él no puede localizar con claridad: siente dolores en su estómago, gases, frío o calor. Ante esas impresiones que rompen la vacilante sensación de completud, llora en pedido de ayuda a un adulto, el Otro materno, para que calme lo que él desconoce y que aquel debe poder interpretar.

En el momento del nacimiento, solo algunas áreas cerebrales están completamente mielinizadas. La mielinización de las fibras que conectan el cortex cerebral con el cerebelo no suele completarse hasta alrededor de los 4 años (Kolb & Whishaw, 1991). A partir de los 6 meses, y lejos de haber completado la mielinización de las fibras nerviosas, el niño tiene la posibilidad de reconocer su imagen en el espejo.

Esta imagen vendrá a funcionar como unificadora de esas sensaciones dispersas del cuerpo, pero esa imagen se encuentra primero por fuera, en un espejo y en Otro, madre o padre, que lo nombra en ese espejo, dándole una matriz simbólica a la imagen. Efecto de esa asunción en el espejo es la rivalidad con sus pares, el niño al encontrar fuera del espejo otro igual a él teme que esa unidad que había logrado gracias a la unificación de la imagen se rompa, por lo tanto se configura una dualidad imaginaria eroto-agresiva: ¿el otro o yo?.

¿Qué adviene para romper con esta dualidad imaginaria? La palabra.

La palabra del padre pone orden, hace de tercero para romper esta dualidad y abre caminos sublimatorios para hacer con la agresividad al tiempo que ofrece un ideal con el cual identificarse. La escuela está en ese lugar tercero, como delegada y relevo del padre, que debiera ofrecer opciones sublimatorias para que los niños puedan arreglárselas con su agresividad. Bullying ha habido siempre, pero la época le imprime un sesgo novedoso a esta actividad.

¿Cuál es el diagnóstico que hacemos hoy de la Escuela en la época de los ideales caídos?.

La escuela transita los mismos perjuicios que la cultura en una época en que la autoridad y los viejos ideales de la modernidad: el honor, el respeto, las utopías sociales, ser un hijo modelo, un alumno modelo, compartir con otros, etc. son virtudes que están en baja y son reemplazados por la satisfacción solitaria y autistística del consumo de objetos que propone el mercado rompiendo con la tendencia al lazo y con la preocupación por el otro que embanderaban los antiguos ideales sociales. Ahora es preferible ser La Modelo de pasarela o trabajar en la Tele para ser famoso y ganar mucho dinero que estudiar mucho y ser buena persona

Cuando la agresividad pasa ciertos límites, cuando se excede a tal punto que rompe el lazo social, tanto así que rompe los cuerpos, hablamos de violencia. En palabras de Eric Laurent: La culpa es nuestra, no de los niños. No hemos sabido inventar los rituales apropiados que puedan ayudar a un joven violento a encontrar salidas que no sean autodestructivas o destructivas para los demás;.(Eric Laurent, Entrevista en diario La Nación).

El empuje del mercado al consumo hace ascender al lugar de ideal a los objetos de la producción en vez de los clásicos ideales simbólicos. Esto hace que los sujetos ya no estén orientados por la tradición ni por las palabras de sus adultos sino por objetos. Las sociedades se dividen entre los que pueden consumir y los que no pueden hacerlo. Los que no pueden acceder al consumo quedan segregados de la sociedad, hasta segregados de la satisfacción básica de sus necesidades lo que retorna como odio, resentimiento y violencia.

Como efecto de la caída de los ideales simbólicos, los sujetos y preponderantemente los adolescentes -que son quienes están buscando una identificación que afirme su persona- buscan otro modo de identificación según el objeto que consumen, un ejemplo de ello son los Otaku, fanáticos de los animé que se reúnen para compartir sus gustos. En Chile están los pokemones, los pelolais y otros grupos de jóvenes que se reúnen en torno a un gusto y un estilo estético particular. Estas son comunidades de goce, se identifican a la satisfacción que les da un objeto y no a un ideal simbólico.

Podemos pensar también una comunidad de goce en esta práctica de los adolescentes de subir videos a internet, desde los que ponen en riesgo su vida tirándose de los edificios a las piscinas, o los que se filman acostados en los rieles del tren mientras el coche les pasa por encima, hasta los que muestran las agresiones contra sus pares, bullying.

Esta comunidad de goce no estaría signada por un objeto concreto, sino por la mirada, por una satisfacción vouyerista, de mirar y hacerse mirar en ese momento de ruptura del lazo social, en que aparece el golpe y la imagen del cuerpo como rota, o la audacia de poner en riesgo la vida. Los jóvenes cuelgan esas imágenes de violencia como un blasón, como un orgullo que hace que otros jóvenes también cuelguen sus propios videos identificándose a ese gusto por mostrar el golpe, o el riesgo.

A falta de poder identificarse a ideales simbólicos, los muchachos y muchachas se las arreglan para encontrar al menos ideales que los enganchen a la imagen y a la sensación de adrenalina o dolor en el cuerpo, dándoles la certeza de estar vivos al mismo tiempo que coquetean con la muerte.

Como dice Eric Laurent, somos los adultos los responsables de ayudar a esos jóvenes a hacer algo con su propia violencia y su pulsión de muerte, “Deberíamos inventar el nuevo deporte del siglo XXI, un nuevo ritual que al mismo tiempo fuera una práctica del cuerpo y que permitiera la socialización. (Eric Laurent, Entrevista en diario La Nación).

La violencia de los adultos contra los niños

Para finalizar quería contar una viñeta clínica de un niño de 8 años que pude recibir en mi consulta sólo 6 sesiones. Mateo llegó con su papá y sin la mamá, ya que estaban separados. La mamá se llevó a la hermana de 5 años y al hermano de 2, dejándolo a él viviendo con el padre y la abuela hacía más de un año, con la justificación de que la escuela quedaba cerca de esa casa. El padre me confiesa durante las entrevistas que él no pescaba mucho a su hijo y que cuando volvía del trabajo conversaba con su madre, dejando fuera de la charla a Mateo, quedando relegado a ver tele sólo en su cuarto. Dice que el niño una vez le preguntó ¿si la mamá no lo quería más? Ya que sus hermanos vivían con ella y él no.

Mateo es un niño tímido, bastante callado y con voz muy baja. La consulta se hace por pedido de la escuela porque había habido un episodio en que agarró del cuello a una compañera y otro episodio en que le tiró una silla a la maestra. En las pocas entrevistas que tuvimos él mejoró su comportamiento, hasta que un día tiró una cartuchera al piso, algo inmensamente menor que querer ahorcar a su compañera, pero esa fue la oportunidad que tuvo la maestra para suspenderlo una semana de la escuela y obligar al padre que lo haga revisar por un neurólogo.

El padre le dice que le iba a llevar un informe de la psicóloga a lo que la maestra responde ;Eso no me interesa, Ud. sabe lo que yo quiero, quiere que lo mediquen, como ya lo había hecho medicar durante todo el año anterior, convirtiéndose Mateo en un niño aún más callado, como un zombi; según el padre. Aún así él eligió la opción de la maestra y lo sacó de mi consulta en vez de querer saber que tenía que ver él en el malestar de su hijo.

Hay una tendencia cada vez mayor de intervenciones sobre los niños que mezclan diagnósticos neurológicos, causas orgánicas y terapias de reeducación cognitivo-conductuales con garantía de eficacia y efectividad en corto plazo, volviendo objeto al sujeto de sus intervenciones. Tomo una cita que hace Mauricio Tarrab de una declaración de Skinner ;Yo tuve solo una idea en mi vida. La palabra ;control; la expresa.

El control de la conducta humana, era un desenfrenado deseo egoísta de dominar. Recuerdo mi ira cuando algo salía mal. Podía gritarle a los sujetos de mi experimento, ¡Pórtate bien, maldito, pórtate como debes!; Entonces el deseo de dominio es lo que se oculta tras los ideales de eficacia. La maestra de mi pacientito lo dejó bien claro ;Ud. Sabe lo que yo quiero;, que el niño no se salga de la raya de lo que ella espera, o sea que no haya sujeto allí. ¿Me pregunto si tendrá algo que ver la relación de dominio que imponen algunos docentes, y por lo tanto que se corren del lugar tercero de referente de un ideal simbólico, con el bullying de los estudiantes?.

Para terminar quiero citar a Mauricio Tarrab en lo que considero la propuesta ética y política del psicoanálisis de la orientación Lacaniana: ;El psicoanálisis, nuestra práctica y nuestro discurso, insiste, en medio de la feroz tendencia a homogeneizarlo todo que tiene nuestro presente, que es necesario conservar ese estrecho margen de libertad que pueda preservar lo incomparable que tiene cada uno. Eso que, de cada uno no encaja en las regulaciones sociales;. (Tarrab M.)
Carolina Vignoli

La mujer, los orgasmos y el amor

Desde el punto de vista de la inserción social, las mujeres en general no han tenido un papel relevante, salvo paulatinamente en los últimos tiempos. Sin embargo, sabemos que ellas encontraron una compensación en otro poder, que es el poder familiar, donde funcionaron en el lugar de la madre. Esto puede y podía marchar, siempre y cuando una madre no sea toda para sus hijos y conserve algo de la dimensión femenina en relación con un hombre, para el cual puede existir, entonces, como causa de deseo.

El poder materno no es lo mismo que el poder femenino. En Italia se hizo hace pocos años una estadística en la cual se comprobó que casi el 44 por ciento de los matrimonios viven a menos de un kilómetro de la casa de la madre de uno de los cónyuges, cerca del 12 por ciento viven en la misma casa y el 4 por ciento en la misma habitación. Se constata que, para muchos, aun casados no es fácil separarse de la madre.

Freud percibió este problema. Cuando se le planteaban críticas no sólo desde las analistas mujeres, sino también desde el movimiento feminista, se encontraba con la siguiente cuestión: si la diferencia sexual depende del posicionamiento respecto del complejo de castración, si es relativa a la problemática del falo, entonces la envidia del pene en la niña es el punto de partida de una deducción que permitiría captar qué es la mujer.

La niña se define a partir de una privación fálica en relación con el varón. Es así como resulta que Freud concibe a la niña, y a partir de ahí a la mujer, como un varón en menos. Por eso las tres alternativas de la feminidad que plantea en los clásicos trabajos sobre ese tema, lo llevan a plantear que una mujer puede apartarse de la sexualidad, desplegar el llamado complejo de masculinidad o tercer camino que parece ser el normal; la maternidad.

Al seguir la lógica precisa de su discurso, Freud se encontró con un problema que él mismo percibía como una dificultad, pero sin embargo era la conclusión de su razonamiento. Me refiero a la identificación de lo femenino con la maternidad. Pero hay muchas mujeres que no desean tener un hijo y no dejan por eso de ser femeninas, y por otro lado hay muchas mujeres que desean tener un hijo e incluso lo tienen y que, sin embargo, no por eso se ubican del lado de la feminidad.

No es posible resolver este callejón sin salida si nos quedamos solamente con la deducción freudiana. ¿Qué sucede si no deducimos a la mujer de la niña, y a la niña de la posición fálica del varón? Se podría definir lo femenino (no decimos ahora las mujeres a partir de algo distinto de la argumentación sostenida por el maestro vienés.

La diferencia entre lo masculino y lo femenino a partir de las características de un goce diferencial permite también introducir una precisión mayor a una captación de Freud, quien decía que las mujeres, más que amar, desean ser amadas. Esta exigencia de las mujeres respecto del amor, esta ligazón al amor de un hombre, no encuentra una explicación muy satisfactoria en la argumentación freudiana.

En la posición femenina hay un goce que, a quien lo padece, lo sobrepasa. Ser sobrepasado por un goce es algo diferente de carecer de pene. Porque carecer de pene es un menos en cambio, ser sobrepasado por un goce es un más. De todos modos, la cuestión no es sólo aritmética, cambiar un  menos por un más. Lo principal es que, cuando se analiza la cuestión desde la perspectiva del goce, se advierte que no es posible considerar lo femenino a partir de una carencia, por un déficit respecto de lo masculino, es decir una privación fálica, sino que lo debemos definir por la presencia de un más por un goce que sobrepasa.

Todo consiste ahora en definir qué quiere decir este más. El más de goce, es decir el goce extásico que sobrepasa, implica un meno de identidad, un arrasamiento subjetivo. El goce fálico, en cambio, tiene como modelo un ciclo, es decir, una localización corporal: la erección del pene, el orgasmo y la detumescencia. Pero además tiene otras características: la posibilidad de la medida, del cálculo y de la exhibición. El hecho de ser un ciclo que se localiza, se exhibe, se calcula y se mide y que así pone sobre el tapete todos los juegos de la prestancia fálica, implica que se trata de una dimensión identificante, es decir, de la posibilidad de lograr una identificación masculina a partir de la puesta en juego del goce fálico.

Si los hombres, cuando se reúnen, en general no hablan, como las mujeres, de sus hijos o de sus amores, sino de con cuántas mujeres salen o cuántos orgasmos han tenido o cuántos goles hizo su equipo favorito –lo que es más o menos lo mismo, esto significa que la puesta en juego del goce fálico funciona en términos de una unidad de medida, de un goce que se puede calcular y mostrar.

El semblante fálico, la apariencia o presentación fálica, encuentra su límite cuando existe la impotencia, y por eso, cuando los hombres la padecen, acusan recibo de esa falla; en cambio, cuando una mujer es afectada por la frigidez, muchas veces no le produce nada muy especial, pues para ella la identificación femenina no se juega a partir de la cantidad de sus orgasmos, de aquello que implica la medida, la contabilización o la exhibición. El goce fálico funciona como una performance: se lo cuenta, se lo acumula, se lo exhibe, es del orden del tener, lo cual puede otorgar la dimensión del ser que semblantea, que se hace aparente en el falo.

Por eso el goce fálico es un goce inherente al narcisismo sexual. Si bien ese goce no es voluntario, porque el pene no se educa por la voluntad, se lo pone en la cuenta del sujeto; quiere decir que es un goce subjetivante, identificante. La posesión de las mujeres, del dinero, de los objetos, entra en la misma serie que otorga, entonces, identificación fálica. Se lo pone en la cuenta del sujeto porque ahí se reconoce, apropiándose de esa dimensión del tener que le permite semblantear el ser, le permite presentarse bajo la apariencia del ser.

En cambio, el goce femenino no se pone en la cuenta del sujeto. El goce estrictamente femenino, que Lacan define como no-todo fálico, no queda subsumido en la dimensión fálica, destituye al sujeto, lo sobrepasa, no le permite identificarse, y en este sentido el goce femenino redobla para las mujeres el fading, el desvanecimiento del sujeto respecto del objeto. Si las mujeres soportan mejor la frigidez que los hombres la impotencia, ello indica que no identifican la feminidad a través del número de sus orgasmos. Más aún, cuando una mujer no es frígida, esos orgasmos no impiden que ella dude de ser una verdadera mujer. Se percibe que la deducción lacaniana es diferente de la deducción freudiana.

Y esto nos permite entender un poco más cuál es el lugar del amor en la posición femenina. La exigencia, la demanda que sostienen las interminables quejas femeninas deriva, en parte, de la existencia de este goce: ahí donde el goce femenino no identifica, una mujer se esfuerza por lograr la identificación a través del amor de un hombre.

Dicho de otra manera, como el goce no la identifica sino que la sobrepasa, la aniquila como sujeto, para alguien en posición femenina vale más la idea que está reflejada en el idioma francés cuando define al orgasmo como una petite mort, una pequeña muerte, en el sentido de que para una mujer, si es que efectivamente está puesto en juego, ese goce la sobrepasa. Esto implica inevitablemente un fuerte efecto de angustia, ya que la angustia concierne al peligro de pasar de la posición de sujeto a la de objeto.

Toda mujer que está padeciendo ese goce extásico que la pone fuera de sí, con ese aire de extravío, exige el privilegio de ser amada. Porque el amor, en cambio, identifica. Pero exige el ser amada con una particularidad: ser amada como la única. Es decir: espera que el amor de un hombre le dé valor fálico. El valor fálico es identificante y eso es lo que no logra con el goce que la sobrepasa.

Por eso, una mujer va a estar siempre asociada con este factor identificante derivado de ser la mujer de, la amante, de la musa de…