La mujer, los orgasmos y el amor

Desde el punto de vista de la inserción social, las mujeres en general no han tenido un papel relevante, salvo paulatinamente en los últimos tiempos. Sin embargo, sabemos que ellas encontraron una compensación en otro poder, que es el poder familiar, donde funcionaron en el lugar de la madre. Esto puede y podía marchar, siempre y cuando una madre no sea toda para sus hijos y conserve algo de la dimensión femenina en relación con un hombre, para el cual puede existir, entonces, como causa de deseo.

El poder materno no es lo mismo que el poder femenino. En Italia se hizo hace pocos años una estadística en la cual se comprobó que casi el 44 por ciento de los matrimonios viven a menos de un kilómetro de la casa de la madre de uno de los cónyuges, cerca del 12 por ciento viven en la misma casa y el 4 por ciento en la misma habitación. Se constata que, para muchos, aun casados no es fácil separarse de la madre.

Freud percibió este problema. Cuando se le planteaban críticas no sólo desde las analistas mujeres, sino también desde el movimiento feminista, se encontraba con la siguiente cuestión: si la diferencia sexual depende del posicionamiento respecto del complejo de castración, si es relativa a la problemática del falo, entonces la envidia del pene en la niña es el punto de partida de una deducción que permitiría captar qué es la mujer.

La niña se define a partir de una privación fálica en relación con el varón. Es así como resulta que Freud concibe a la niña, y a partir de ahí a la mujer, como un varón en menos. Por eso las tres alternativas de la feminidad que plantea en los clásicos trabajos sobre ese tema, lo llevan a plantear que una mujer puede apartarse de la sexualidad, desplegar el llamado complejo de masculinidad o tercer camino que parece ser el normal; la maternidad.

Al seguir la lógica precisa de su discurso, Freud se encontró con un problema que él mismo percibía como una dificultad, pero sin embargo era la conclusión de su razonamiento. Me refiero a la identificación de lo femenino con la maternidad. Pero hay muchas mujeres que no desean tener un hijo y no dejan por eso de ser femeninas, y por otro lado hay muchas mujeres que desean tener un hijo e incluso lo tienen y que, sin embargo, no por eso se ubican del lado de la feminidad.

No es posible resolver este callejón sin salida si nos quedamos solamente con la deducción freudiana. ¿Qué sucede si no deducimos a la mujer de la niña, y a la niña de la posición fálica del varón? Se podría definir lo femenino (no decimos ahora las mujeres a partir de algo distinto de la argumentación sostenida por el maestro vienés.

La diferencia entre lo masculino y lo femenino a partir de las características de un goce diferencial permite también introducir una precisión mayor a una captación de Freud, quien decía que las mujeres, más que amar, desean ser amadas. Esta exigencia de las mujeres respecto del amor, esta ligazón al amor de un hombre, no encuentra una explicación muy satisfactoria en la argumentación freudiana.

En la posición femenina hay un goce que, a quien lo padece, lo sobrepasa. Ser sobrepasado por un goce es algo diferente de carecer de pene. Porque carecer de pene es un menos en cambio, ser sobrepasado por un goce es un más. De todos modos, la cuestión no es sólo aritmética, cambiar un  menos por un más. Lo principal es que, cuando se analiza la cuestión desde la perspectiva del goce, se advierte que no es posible considerar lo femenino a partir de una carencia, por un déficit respecto de lo masculino, es decir una privación fálica, sino que lo debemos definir por la presencia de un más por un goce que sobrepasa.

Todo consiste ahora en definir qué quiere decir este más. El más de goce, es decir el goce extásico que sobrepasa, implica un meno de identidad, un arrasamiento subjetivo. El goce fálico, en cambio, tiene como modelo un ciclo, es decir, una localización corporal: la erección del pene, el orgasmo y la detumescencia. Pero además tiene otras características: la posibilidad de la medida, del cálculo y de la exhibición. El hecho de ser un ciclo que se localiza, se exhibe, se calcula y se mide y que así pone sobre el tapete todos los juegos de la prestancia fálica, implica que se trata de una dimensión identificante, es decir, de la posibilidad de lograr una identificación masculina a partir de la puesta en juego del goce fálico.

Si los hombres, cuando se reúnen, en general no hablan, como las mujeres, de sus hijos o de sus amores, sino de con cuántas mujeres salen o cuántos orgasmos han tenido o cuántos goles hizo su equipo favorito –lo que es más o menos lo mismo, esto significa que la puesta en juego del goce fálico funciona en términos de una unidad de medida, de un goce que se puede calcular y mostrar.

El semblante fálico, la apariencia o presentación fálica, encuentra su límite cuando existe la impotencia, y por eso, cuando los hombres la padecen, acusan recibo de esa falla; en cambio, cuando una mujer es afectada por la frigidez, muchas veces no le produce nada muy especial, pues para ella la identificación femenina no se juega a partir de la cantidad de sus orgasmos, de aquello que implica la medida, la contabilización o la exhibición. El goce fálico funciona como una performance: se lo cuenta, se lo acumula, se lo exhibe, es del orden del tener, lo cual puede otorgar la dimensión del ser que semblantea, que se hace aparente en el falo.

Por eso el goce fálico es un goce inherente al narcisismo sexual. Si bien ese goce no es voluntario, porque el pene no se educa por la voluntad, se lo pone en la cuenta del sujeto; quiere decir que es un goce subjetivante, identificante. La posesión de las mujeres, del dinero, de los objetos, entra en la misma serie que otorga, entonces, identificación fálica. Se lo pone en la cuenta del sujeto porque ahí se reconoce, apropiándose de esa dimensión del tener que le permite semblantear el ser, le permite presentarse bajo la apariencia del ser.

En cambio, el goce femenino no se pone en la cuenta del sujeto. El goce estrictamente femenino, que Lacan define como no-todo fálico, no queda subsumido en la dimensión fálica, destituye al sujeto, lo sobrepasa, no le permite identificarse, y en este sentido el goce femenino redobla para las mujeres el fading, el desvanecimiento del sujeto respecto del objeto. Si las mujeres soportan mejor la frigidez que los hombres la impotencia, ello indica que no identifican la feminidad a través del número de sus orgasmos. Más aún, cuando una mujer no es frígida, esos orgasmos no impiden que ella dude de ser una verdadera mujer. Se percibe que la deducción lacaniana es diferente de la deducción freudiana.

Y esto nos permite entender un poco más cuál es el lugar del amor en la posición femenina. La exigencia, la demanda que sostienen las interminables quejas femeninas deriva, en parte, de la existencia de este goce: ahí donde el goce femenino no identifica, una mujer se esfuerza por lograr la identificación a través del amor de un hombre.

Dicho de otra manera, como el goce no la identifica sino que la sobrepasa, la aniquila como sujeto, para alguien en posición femenina vale más la idea que está reflejada en el idioma francés cuando define al orgasmo como una petite mort, una pequeña muerte, en el sentido de que para una mujer, si es que efectivamente está puesto en juego, ese goce la sobrepasa. Esto implica inevitablemente un fuerte efecto de angustia, ya que la angustia concierne al peligro de pasar de la posición de sujeto a la de objeto.

Toda mujer que está padeciendo ese goce extásico que la pone fuera de sí, con ese aire de extravío, exige el privilegio de ser amada. Porque el amor, en cambio, identifica. Pero exige el ser amada con una particularidad: ser amada como la única. Es decir: espera que el amor de un hombre le dé valor fálico. El valor fálico es identificante y eso es lo que no logra con el goce que la sobrepasa.

Por eso, una mujer va a estar siempre asociada con este factor identificante derivado de ser la mujer de, la amante, de la musa de…

 

 

Anudamientos

El ser hablante tiene un cuerpo sexuado y esta inmerso en un mundo de lenguaje; elementos heterogéneos entre sí. ¿Qué tiene que ver una palabra con un órgano, o con un cuerpo en la naturaleza? Absolutamente nada.

Esta convivencia obligada de dos campos heterogéneos implica una necesaria operación de anudamiento, condición de existencia de ambos.

Hay cuerpo-y no puro organismo, si está anudado al campo del lenguaje. Hay lenguaje, y no meros ruidos, porque hay un cuerpo en donde algunos significantes resuenan de forma privilegiada marcando trayectos en los bordes corporales.

Cuerpo y lenguaje se agujerean mutuamente. No todo lo que acontece en el cuerpo puede ser puesto en palabra. Por la misma razón el campo del lenguaje queda, simultáneamente, marcado por una falta. Cuando, en un momento de enamoramiento, en la lengua común se dice lo veo y siento mariposas en el estómago, hay cierto efecto de poesía que anuda la mirada, un órgano y un afecto.

Se eleva un fragmento de organismo a la categoría de localizador de emoción.

 

Sobredeterminación y Operación

¿Qué es lo que se anuda en la constitución subjetiva?: el goce del viviente, la imagen especular y la lengua. Esta operación interesó al psicoanálisis desde sus comienzos. La pregunta es ¿Cómo se inviste una representación?.

¿Cómo es que un significante tiene efectos libidinales?. ¿Cómo se conectan el goce pulsional y el sentido?.

En Freud, el síntoma con su caras de satisfacción auto erótica y de representación, es soldadura entre la empresa auto erótica destinada a ganar placer y las representaciones-deseo tomadas del círculo del amor de objeto.

La sutura es anudamiento entre el goce del cuerpo y el campo del Otro. La pulsión sólo se satisface en la zona erógena tras el paso por las representaciones tomadas del Otro. Freud cita a Theodor Fontane para decir que entre el goce auto erótico y el campo de la representación eso no anda sin construcciones auxiliares.

Síntoma, fantasía, pulsión. Lacan señaló la función de nudo de ciertos conceptos y sus consecuencias clínicas, mucho antes de internarse en el nudo borromeo.

Primero tomó anudamiento como sobredeterminación, cuando se refirió al complejo freudiano,el estadío del espejo, el falo, la castración, la angustia; para pasar al anudamiento como operación en relación con el fantasma, alienación – separación, semblante, síntoma, sinthome.

El anudamiento-sobredeterminación es conceptual: varias vías convergen en un concepto. El anudamiento-operación es del orden de la insondable decisión del ser, un acto que tiene incidencia sobre el cuerpo,el goce,la relación con la lengua y con el partenaire. Un nombre de esa operación es suplencia.

 

El anudamiento como suplencia 

Para el Lacan de los ´50,el lenguaje como tal preexiste al sujeto y el problema del anudamiento sólo se presenta como reparación de un error en la estructura. Acorde con su conceptualización del Otro bajo la modalidad del todo y la excepción, la función del Significante del Nombre del padre es ordenadora: nombra el deseo de la madre como deseo del falo e inscribe al sujeto en la ley del deseo.

La clínica de las psicosis se presenta como un déficit de la función paterna y dos operaciones vienen a anudar lo fallido en la estructura: la identificación imaginaria y la metáfora delirante. El anudamiento es aquí un procedimiento de suplencia, una cirugía de parche propio de la psicosis en contra de la desintegración simbólica y la fragmentación corporal.

Es un intento de puesta a punto de la asunción de la imagen y de la función de la palabra. Pero simultáneamente con la promoción del Nombre del padre, Lacan alerta sobre su declinación en curso en tanto se funda en la relatividad sociológica ligado a la aventura de la familia paternalista.

En los´70,ante la verificación de dicha declinación manifiesta en los cambios sociales, el déficit de la función del padre se generaliza. Correlativamente, la suplencia como construcción auxiliar para anudar cuerpo, imagen y lengua también se  generaliza.

Esos tres registros convergen en un vacío, un no hay. No hay imagen totalizadora del cuerpo, no hay significante que diga todo el goce y menos aún el goce del cuerpo de otro sexo, por esto mismo el goce siempre es parcial.

No hay relación sexual; quiere decir que en el punto de convergencia encontramos un vacío de goce y que a ese lugar debe venir una suplencia como respuesta.

Este vacío aloja al objeto perdido freudiano y al objeto a de Lacan. El a es tanto el vacío de goce mismo, como el plus de goce es decir, el recuperador de algo de ese goce perdido. Cualquier objeto, natural o cultural, puede venir a ese lugar.

Por qué no tomar entonces a los anudamientos como un saber hacer con el vacío?. Es este un uso posible del concepto de sinthome: un saber hacer con el vacío sirviéndose del semblante.

¿Y qué es la práctica analítica sino el tratamiento de lo real por medio del anudamiento transferencial?. La clínica bajo transferencia muestra que el objeto a es el operador del anudamiento analizante-analista. Es el pivote del lazo entre el goce auto erótico del síntoma y el partenaire, en tanto el sujeto busca ese objeto supuestamente perdido en
el Otro.

 

Anudamiento con el partenaire

Elige como compañera a X. Porque porta ciertos rasgos que le gustan y le atraen sexualmente. Pero sobre todo porque uno de esos rasgos consiste en ser la portadora de un objeto que calma su angustia y le da seguridad.

Diez años después, durante su análisis, Y no soporta más esa relación. X se le ha vuelto aburrida, poco atractiva. Aparece el desamor. ¿Qué ha pasado?.

El objeto que calmaba su angustia, que ocupaba el lugar del vacío, ya no le sirve. Ahora ha inventado un nuevo modo de arreglárselas con el vacío a través de un lugar en una comunidad profesional y una nueva mujer. Un nuevo modo de hacer con el vacío. Su primera relación fue con su partenaire-síntoma, que incluía algo sufriente y mortífero. La actual, con su partenaire-sinthome, se orienta a vivir lo mejor posible.

 

Gustavo Stiglitz